ILUSTRACIÓN: ADOLFO ARRANZ
El chevalier de Seingalt centra un capítulo de sus memorias en el
carnaval de Venecia. Relata que, en la ciudad de los dogos, las parejas consolidadas
se daban un conveniente respiro al iniciarse el carne-vale: Los cónyuges
escapaban en busca de amantes, dormían en casa ajena, y nunca podían pedirse
cuentas de esos días de locura pagana que entraba hasta en los cuerpos más
castos.
Qué gustazo: romper la pareja y cumplir las fantasías encamándose
libremente, sin complejo de culpa ni miedo al castigo, durante unos días de
éxtasis dionisiaco. De eso se aprovechó bien Seingalt, que no es otro que
Casanova, el amador de hembras que vivió su plenitud con alegría faunesca y siguió
siempre la estela de la stultifera navis, la nave de los locos, en la que
embarcan aquellos para los que la navegación no es un mero concepto de tránsito,
sino una finalidad en sí misma (y en cuyo puente la capitana es una mujer
desnuda que te ofrece una copa de vino). Así le fue al filósofo de la acción
hasta que el destino, habiéndole concedido tantas gozosas aventuras, dobló su columna
para que escribiese, desdentado pero no destetado, sus fascinantes memorias. En
caso contrario nunca se hubiera sentado a escribir: él prefería vivir. Sequere
Deum.
El carnaval es pues la válvula
de escape; la salida danzante de los demonios; la apertura de la Caja de
Pandora del subconsciente. Aparte de la etimología carrus navalis (¡Viva Baco!),
asociado a las ideas de orgía, travestismo, violación de la razón y el deber
dominado por los apetitos y la sensualidad. Paul Morand: Al final de la
pendiente de los muslos, tan fácil de descender, el cucurucho untuoso… Y la
sabiduría sensual del carnaval transforma tal pendiente en un jubiloso eslalon.
Es un retorno temporal al caos primigenio para resistir la tensión
ordinaria que impone el sistema. Las saturnales romanas, con el intercambio de
personalidad entre amos y esclavos, con su inversión del mundo como el orden
boca abajo de una carta, son el precedente del liberador carnaval.
Solo los cretinos desprecian el valor de las máscaras. La palabra persona originalmente quiere
decir máscara, con lo que somos todos una panda impostores que representamos
una comedia a lo largo de la vida. A eso podría reducirse la psicología: al
campo de la impostura. Viéndolo así, es solo en carnaval cuando nos atrevemos a
ser auténticos. Prestad atención a los disfraces de vuestros amigos y
vislumbraréis algo del verdadero yo que mantienen oculto tras la superficie de
su aparente personalidad. Pero que el juicio no sea demasiado severo: el
carnaval es como un recreo entre las clases disciplinadas y los chivatos son
los únicos que van al infierno.
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