NAUFRAGIO VENECIANO
He salido huyendo de Dubai y sus pepinos arquitectónicos.
Foster, Nouvel, Calatrava, Rogers y demás ralea suplen su falta de imaginación
con las viñetas de Flash Gordon y Gotham City,
montando en el desierto una especie de parque temático para los enemigos
de la armonía y las sagradas proporciones. Si uno quiere nadar en una mar que
no sepa a cal o esquivar las tormentas de arena (en realidad son de cemento)
tiene que largarse al interesante sultanato de Omán.
¿Dónde podía recuperarme de tal paliza antiestética? Pues
nada mejor que en Venecia, donde estuve cantando mariachis y napolitanas en
piazza San Marco, acompañado generosamente por la orquesta moldava del Florian.
Qué maravilla, qué cambio, uno se siente a gusto y pasea sin ahogarse con nubes
de amianto, no hay que esperar a una cierta hora para tomarse un negroni y las
venecianas hacen honor a su fama sensual. Los Emiratos están bien para los adictos al trabajo (el negocio es la negación del ocio) y los modernos que ignoran que ser original quiere decir volver al origen. Eso es algo que no comprenden las rameras arquitectónicas que se venden a una supuesta modernidad.
Así que he peregrinado a refugiarme en la patria emocional de
Byron, Casanova, Wagner, Corvo, Ruskin, Regnier…, buscando allá donde acaba la
pendiente de los muslos esos cucuruchos untuosos que gustaba Paul Morand, donde
se rinde culto a la diosa del mar y los mercaderes brindan por Marco Polo con
bebidas un tanto empalagosas, a las que hay que agregar un chorrito de ginebra.
Es una buena forma de ir acercándome de nuevo a las divinas
Baleares, antes que las delirantes prospecciones petrolíferas (¡a treinta
millas de Ibiza!) amenacen teñirlas de negro. Los cochambrosos políticos no se
dan cuenta que tal permiso es peor que un crimen, ¡es una estupidez!
Pero en Venecia piano, piano; o pole, pole, como dicen en
swahili. El tiempo sonríe y como todavía no han llegado los cruceros con sus
manadas de turistas y tiburones que siguen la estela de su basura, es un gozo
pasear por un decorado de ensueño y brindar por malditos y cortesanas.
¿Cuánto tiempo durará esta maravilla? Dicen que cada año se
hunde un poco más, como el culto a la belleza en el resto del mundo. Pero mientras
emerja hay esperanza, que rige la ley del péndulo, tal y como me informa una divina
fornarina que he encontrado en Harry´s Bar. Al quinto Martini (dos son pocos y
tres demasiados, reza la regla) confiesa que escapa de su marido para que la
oscilación pendular permita que siga amándole: Las diosas no pueden permitirse
ser fieles porque su eternidad sería terriblemente aburrida.
Como el plebeyo totalitarismo aprisiona Europa con la
prohibición de fumar en los bares, propongo a la divina fornarina una escapada
conjunta.
E il naufragar m´è
dolce en questo mare.
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