lunes, 28 de octubre de 2013

LOS ESPÍAS, ESPÍAN

Es raro escribir en estos días sabiendo que todas mis palabras están siendo procesadas por algún kraken cibernético antes de que pueda releerlas. Es turbador para los escritores conocer que nuestro pensamiento es malinterpretado por espías nada educados, que leen las columnas antes de que tengan la oportunidad de ojearlas mis lectores.
¿Deberé escribir cosas más banales en el futuro para satisfacer al satélite que todo lo registra? Por supuesto que no. Tal incordio de lupa provoca que todavía escribamos cosas más extravagantes, teorías más paranoicas, ensayos más o menos lúcidos y alguna que otra barbaridad.
Antes no había un espionaje tan instantáneo, pero la censura se aplicaba en todas las noticias, excepto las del tiempo. En La Codorniz, en pleno franquismo, se publicó un parte meteorológico que decía: “Reina un fresco general procedente de Galicia”. La coña fue absoluta y el cierre de la revista, inmediato.

Por culpa de los espías las relaciones entre Estados Unidos y Alemania están bastante enfriadas, como una antigua imagen en blanco y negro. La Merkel no quiere ser escuchada por Obama mientras acude al peluquero en Berlín del Este hablando por su móvil. Así se lo ha comunicado al presidente americano. Por supuesto, puede haber malinterpretaciones, ya que ninguno habla la lengua del otro correctamente. Debemos prepararnos para nuevas confusiones.
¿Qué tienen de malo los espías a la antigua usanza, entrando en sociedad sin ayudas tecnológicas? El público general está confuso porque se les ha informado de que todos sus mails y conversaciones telefónicas son espiados por un monumental Big Brother. Démosles un poquito de calma. Cuando gente inteligente habla y  gente estúpida escucha, no existe daño alguno.
A lo largo de la historia todas las civilizaciones se han protegido espiando. China especialmente, en cuya biblia bélica El arte de la guerra, el general Sun Tzu opinaba que lo más importante para sostener un gobierno o ganar una batalla era el servicio de espionaje.

Los espías, espían. Es algo normal desde que existe la sociedad. Lo que pasa es que a menudo parecen sacados de un cómic de Mortadelo y Filemón, como los que acechaban ese restaurante barcelonés donde dos mujeres ponían a parir a sus parejas.

Lo que ha caído es el puritanismo. La bruta figura que hizo Obama ante Putin mientras se publicaban los informes de Snowden fue inolvidable. El espionaje es fundamental y ningún gobierno va a renunciar a ello. Pero si se les descubre, que paguen.

jueves, 17 de octubre de 2013

BERREA Y ESPIAS

Tras unas semanas berreando por las montañas, donde los bosques adquieren excitantes colores mientras los venados montan a las ciervas, hice parada y fonda en Viena, que a su manera sigue orquestando la antigua melting pot del imperio austro-húngaro.
Mi mujer –para esta escapada hice el paripé de estar casado con un indómito ejemplar de francesa-escocesa-irlandesa—se empeñó en visitar la exposición de Lucian Freud. Naturalmente elevé una plegaria admirando la catedral de St. Stephan a través de los ventanales del bar del Do&Co, donde con tolerancia otomana permiten fumar. El bar-man se apiadó de la excursión cultural y me sirvió un monumental sazerac para el camino.

Subimos a un coche de caballos y nos dirigimos al Kunsthisturisches Museum. La cochera era una bárbara oronda (más tipo Botero que Rubens) que hubiera podido dar clases de comercio a cualquier fenicio. Naturalmente la impedimos predicar su soporífero speech turístico. Preferíamos charlar, fumar y beber mientras recorríamos las calles de una ciudad frívola rezumante de bellezas ligeras de cascos.

La cochera se mostró sorprendida ante nuestra orden de esperarnos a la entrada del formidable museo. Alegaba que era imposible verlo todo en tan poco tiempo y pidió un extra por adelantado. La gente piensa que al entrar en un museo hay que empacharse. “¿Qué pasa, que cuando usted va a comer a un restorán se pide toda la carta?”, dije mientras la sobornaba y ella cronometraba su reloj. 
Eché una ojeada a la pesadilla pictórica de Freud—un maestro enamorado de la sordidez—y rápidamente escapé a las salas contiguas, donde estaban Tiziano, Giorgione, Brueghel, Rembrandt, Mantegna...., y me detuve frente a Danae, salpicándome con lluvia dorada.

 Sentado al lado un hombre elegante me preguntó, en tono cómplice: “¿Huyendo del horror freudiano?”. Y empezamos a charlar como dos prófugos de la moda de la fealdad. Me confesó que era un expatriado libio, y que por la codicia de Cameron, Sarkozy y Obama, Italia y España iban a llenarse de inmigrantes y tragedias de Lampedusa. “Gadafi era el único que podía frenar el éxodo de los que también huyen del horror. Así lo había acordado mientras le llamaban el mejor amigo de occidente. Pero hoy Libia vive una guerra civil con sus tribus enfrentadas por odios ancestrales. La intervención internacional ha sido peor que un crimen, ha sido una estupidez”.
Cuando mi mujer se hartó de Lucian Freud, el libio ya había desaparecido. El coche de caballos todavía nos esperaba a la puerta. Encendí otro puro y me puse a cantar Wien, Wien, nur du allein a lo Richard Tauber. Sí, Viena sigue siendo una ciudad de espías.        

 

 

lunes, 14 de octubre de 2013


CHARLAS DIVINAS
Los ateos siempre están hablando de Dios. En un paseo por Regensburg, cuna del retirado Benedicto XVI, mi apetito religioso fue inspirado por las vistas sobre el Danubio, y comencé a devorar unas deliciosas salchichas y  heladas jarras de cerveza. Como son largas mesas de madera donde quien quiera puede sentarse, un pelmazo ex-luterano se hizo cruces al escuchar mi acento español y empezó a tratar de convertirme a su pesadilla existencialista.
Los ateos pretenden no ser creyentes porque no quieren conformarse con la natural estructura de la humanidad; es su rebelión espiritual de un alma que estúpidamente niegan. Pero por la noche, en la soledad de sus duras camas, rezan en secreto. Y a la mañana siguiente continuarán contradictoriamente su sermón de la nada.
Los católicos rezamos a María, el Eterno Femenino que fue de nuevo recuperado por los trovadores con su culto a la Dama en el siglo XII. También podemos confesarnos y recrearnos con las maravillosas obras de arte que decoran los templos. La belleza siempre convence. Esa es nuestra gran ventaja respecto a los protestantes, que se negaron a seguir financiando la hermosa corrupción del Renacimiento y crearon su propio centro de negocios. Por ejemplo Suiza, el país del chocolate y el dinero, es lo que es gracias a la Reforma: La hermosa ciudad de Ginebra es hoy conocida por los iniciados como Calvingrad.
En cuanto el ateo se largó escandalizado diciendo que los españoles no tenemos remedio, pues le dije que me aburría mortalmente, proseguí mi lectura de El Danubio, de Claudio Magris. Abrí el libro al azar y encontré este maravilloso pasaje: “No es necesaria de fe en Dios, basta la fe en las cosas creadas, que permite moverse entre los objetos persuadido de su existencia. Quien duda de sí mismo está perdido, al igual que quien, temiendo no hacer el amor, no lo consigue. Se es feliz junto a las personas que hacen sentir la indudable presencia del mundo, así como un cuerpo amado proporciona la certidumbre de esos hombros, de ese seno, de esa curva de las caderas y de su onda que se sostiene como un mar. Y quien no tiene fe, enseña Singer, puede comportarse como si creyera; la fe vendrá después”.
Es bueno sentirse dionisiaco, cabalgando sobre leopardos en la rueda del éxtasis de la energía y sin hacerse pedazos.
 Aunque al final todo está bien, y si no lo está, es que no es el final.

jueves, 10 de octubre de 2013

CONJURA DE ALUMBRADOS


Suelo burlarme de un amigo mío, descendiente del humanista doctor Marañón, por calificar a Don Juan de homosexual latente. La última vez, en la boda de una coqueta de la que ambos hemos estado enamorados con desiguales consecuencias.

Para lidiar mejor a este antiguo rival con el que ya no compito, releo el estudio sobre Don Juan, del médico humanista Gregorio Marañón. Es una lectura que descubre la época del cachondo Felipe IV, el huraño Olivares, una alegre y ligera Isabel de Borbón (nieta del gran Cosme de Medicis e hija del rey amante y aventurero Enrique IV), los alumbrados religiosos y sus desviaciones eróticas en el interior de los conventos: recomendaban copular con santas mujeres para engendrar profetas; las videncias y horóscopos a los que toda la corte era aficionada, las costumbres licenciosas pese a la Inquisición en un Madrid lascivo y adúltero que se encamaba alegremente, destellos dorados donde confluyeron talentos como Quevedo, Tirso, Lope, Góngora, Calderón…y el conde de Villamediana.

Tirso de Molina se basó en la fascinante figura de Villamediana para su Don Juan. La vida de don Juan de Tassis fue sublime sin interrupción. Además de admirado poeta era viajero irreverente, elegante, valiente y jugador. Cualidades que han venido inseparables de la condición donjuanesca. Se rumoreaba que llegó a liarse con la bella reina Isabel y que presumía de ello al lancear toros en la plaza, desplegando una temeraria divisa: “Son mis amores reales”.

El conde murió joven, glorioso y asesinado. Muchos y poderosos le tenían ganas, pero además, a su muerte, se descubrió una trama que le relacionaba con un proceso relacionado con “el pecado nefando”, dando a decir que don Juan era tan aficionado al placer, que ni siquiera despreciaba a los de su mismo sexo. Algo que sin duda ayuda a Marañón en su magnífico–aunque a veces algo mojigato—estudio.

 La historia de España hubiera sido bien diferente si, en lugar del grave Olivares, hubiéramos disfrutado más años de un epicúreo como Villamediana en el poder. Eso sí, después de la lectura me queda la impresión de que los políticos de hoy son clavados a los alumbrados de ayer. Frailes falsos, secretarios y administradores ladrones, gordos muleros, zafios y liantes, esa picaresca tan española y atemporal. Es urgente elevarse de una vez y dar una patada a tanto alumbrado aprovechado. El problema es que se han montado un chiringuito mafioso y, a no ser que haya una revolución, es imposible moverlos.