DIOGENES BALEARICO
Viajar en coche por África del Este es magnífico, pero
resulta necesario llevar numerosos billetes pequeños en moneda local. (Los
dólares son sospechosos porque hay muchísimos falsos, y los euros siempre
parecen menos de lo que valen en realidad.) Es algo fundamental para pagar un
peaje –tan ilegal como aceptado— a los agentes de la autoridad apostados cada X
kilómetros. En caso de llevar un camión cargado de lo que sea, entonces se paga
con una pequeña parte de la mercancía. Entonces se corre el riesgo, si el viaje
es largo, de llegar a destino con el tráiler vacío.
“Los gánsteres no son policías, pero todos los policías son
gánsteres”, opina Casia, una deliciosa y poderosa empresaria kikuyu, que sabe
bien que para aumentar su negocio tiene que lidiar diariamente con la
corrupción a todos los niveles. También me dice que, si los agentes no
recolectan una cantidad diaria con este tipo de peaje, de la cual tienen que
dar un considerable porcentaje a su superior, les mandan al bush, al matorral
interior, a la selva, donde con suerte solo podrán arañar el bolsillo de
algunos pastores de cabras o campesinos.
En cierto modo me recuerda a las exigencias de Interior
respecto a las multas de tráfico. Si los agentes no recaudan una cantidad
suficiente, se les llama la atención poderosamente, pertenezcan al cuerpo que
sea.
Pero en Europa la mordida está legislada de forma magnífica.
Cada vez se exigen más impuestos, de los cuales solo se salvan los
privilegiados que tienen una Sicav. Son las rentas medias—cada vez quedan
menos, pues sufren un colosal trasvase hacia las bajas—las que soportan el peso
de una administración paquidérmica y rezumante de enchufados de uno y otro
partido.
Siempre se piensa que la educación pondrá coto a los desmanes
del poder. Lo que pasa es que la lucha del particular contra el Leviatán
estatal es agotadora ya sea en Bruselas, Kampala, Pekín, Moscú o Washington.
Así cada vez más ciudadanos piensan como el cínico Diógenes, tan feliz en su
tinaja, que cuando el poderoso Alejandro le ofreció cualquier deseo, pidió:
“Apártate, que me tapas el sol”.
Pero hasta el sol lo quieren ahora tapar en Baleares las
poderosas multinacionales petrolíferas, en connivencia con algunos ministros de
alma de chapapote. Sería la puntilla a los que vivimos en la tinaja baleárica,
donde su naturaleza soleada y marina hacen la vida fácilmente agradable. Pero pienso
que incluso el mayor cínico del archipiélago batallará contra tal salvajada.