PREMIOS NON GRATA
Estoy convencido de que la mayoría de la sociedad considera como
personas nada gratas a la mayoría de los políticos. Se lo han ganado a pulso.
Así que si se ponen ahora a reñir por cuál partido se lleva más candidaturas a
los premios non grata, seguro que se llevarán el aplauso de un pueblo
desengañado que pedirá siempre más, más non gratas, más repelentes señalados
con tinta amarilla de cobardes, de mamones que han preferido servirse antes que
servir, de mediocres con prebendas de sátrapa, de falsos profetas que predican
como Cristo mientras viven como Dios.
El aparato del Estado ha crecido espectacularmente y en
España nos llevamos la palma europea de personas non gratas mordiendo la teta
pública. Tenemos el doble de cargos públicos que Alemania contando la mitad de
su población. Hay competencias que son triplicadas estúpidamente, las
diferentes autonomías se inventan nuevas leyes para hacer cada vez más difícil
la vida de los otros, el número de consejeros y ayudantes crece espectacularmente,
etcétera. El Estado es una colosal agencia de colocación de amiguetes que
pretenden seguir mamando hasta su jubilación.
Por eso divierte tanto tener a los políticos sacándose las
vergüenzas (aunque ya han pactado por su propio interés no seguir adelante). Si
se atrevieran a sacar las urnas a la calle para votar los premios non grata, se
sorprenderían del concepto que la ciudadanía tiene de ellos. Pero eso no
pasará, salvo que fuéramos una verdadera democracia.
Mientras tanto denuncia Abel Matutes que el ministro Soria
sigue deseando hacer las prospecciones que amenazan el modus vivendi balear. Al
ministro estreñido no parece importarle la muerte de nuestras islas ni la
oposición de sus nativos, y continúa arrodillándose ante las multinacionales extranjeras.
Si además de non gratas pudiéramos condenarles al ostracismo, Zoteparo podría
exiliarse en Tánger, Antich en Maracaibo y Soria en el desierto saudí.
Aunque parezca increíble, en la recóndita Lamu he encontrado
a una masiva representación de la petrolera Repsol. Han alquilado un hotel
italiano en Manda y son cientos de directivos y sus parejas. Caminan como
robots por las laberínticas calles de la ciudad musulmana y, ante mis saludos
en español, me miran con miedo, como si fuera un pirata somalí. Excepto una
señora con buena pinta, ignoro si espía o directiva, que al saberme nativo de
Ibiza, me avisa: “Tenéis que parar las prospecciones o será la muerte de
Baleares.”
Sí, hay que parar a los non grata.
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