Baco, como Shiva, es el dios de la embriaguez, del vino y de
los éxtasis orgiásticos. Baco es Dionisos, el dios que tras pasar una temporada
por la India dravídica (anterior a los arios) regresa con la vid al
Mediterráneo, transforma a los piratas en delfines, da una patada a los serios ascetas
que reniegan del placer vital, hace el amor a sus mujeres y promueve el gozo y
la ausencia de compromiso como prácticas filosofías de vida. Sin duda es un
poderoso enemigo del sistema.
Sus compañeros son los
bhaktas, bribones celestiales que encarnan la alegría de vivir, el valor y la
fantasía; juerguistas perpetuamente en celo y buscando buena fortuna;
irreverentes, algo chiflados, a los que ningún savonarola de turno puede regañar
so pena de sufrir la ira del dios: ¡Yujuju! era su vieja exclamación ritual.
El dios Bes, que da nombre a Ibiza, podría ser un perfecto
compañero dionisiaco. Procedente de la mitología de los pigmeos africanos, pasó
al panteón egipcio y de allí vino navegando con los cartagineses hasta fundar
Ibiza hace 2700 años. Protege el sueño de los niños, ahuyenta los animales
venenosos, alienta a la danza, la risa, el sexo y cuida de que las al.lotas no
permanezcan demasiado tiempo doncellas.
Ibiza siempre ha sido una Arcadia con rasgos shivaitas:
Ausencia de clases (“en Ibiza hay hijos de pescadores, hijos de payeses e hijos
de puta”, escribía Isidoro Macabich), amor libre, gran poder femenino (ellas
escogían su marido y, si no, se fugaban con el que las gustaba) y una
tolerancia magnífica de vive y deja vivir, pero sin dar el coñazo, propia de
bravos descendientes de corsarios.
Pero estos días Ibiza se llena de gañanes que quieren hacer
su agosto. El negocio es la negación del ocio, y ahora está atiborrada de
relaciones públicas-púbicas, cordones de very impossible people, tristes
clubbers que semejan zombies, pastillas psicodélicas sin respeto por el iniciático
traspaso de los límites sagrados, una masificación de insaciables políticos que
se columpian en el banano autonómico, patanes personal assistants, aburridos
aspirantes a gurús y un aberrante bakalao electrónico que mata cualquier atisbo
de sensualidad más allá del aquí te pillo, aquí te mato.
Naturalmente la isla ofrece escapadas para el que sabe ir por
libre. Las masas quieren ir todas donde va Vicente, y son temerosas de la senda
dionisiaca. En los bosques pitiusos y calas solitarias se escucha todavía la
flauta de Pan al emerger de la siesta.
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