Una
polaca vertiginosa entró en el bar Migjorn, en Ibiza. Se acercó a la barra y ordenó dos
copas de una temida ginebra de setenta grados. Paseó una mirada refulgente
sobre la asombrada concurrencia antes de apurarlas en un par de tragos. Luego
cerró los ojos relamiéndose y barbáricamente retó: “¿Alguien se atreve a beber
conmigo?”.
El
filósofo Walter Benjamín recogió el guante porque pese a toda su serena
inteligencia tiran más dos tetas que dos carretas. El hombre más cerebral queda
siempre desnudo como un niño caprichoso ante la aparición de una diosa ligera
de cascos. Una Ishtar que sonríe a quien decide seguirla al borde del
precipicio, donde flota un mensaje como señuelo burlador de caballeros errantes:
“¡Salta! no es tan ancho como parece.”
Walter Benjamín experimentó el raptus y, ante
el asombro de sus amigos, traicionó su consciente sobriedad. Bebió a la polaca
en su ginebra, sintiendo dos balas de plata perfumadas de enebro entrando en su
palpitante corazón.
Resistió
unos minutos más la acariciante mirada de la divina traviesa y salió a
trompicones al exterior. Allí se tambaleó y fue sujetado por su amigo Jean
Selz. Durmió la mona soñando navegar por mares lunáticos con damas de armiño.
A
la mañana siguiente despertó temprano y (¿complejo de culpa?) escribió una nota
lamentando su comportamiento. Marchó a su casa de San Antonio, probablemente a
darse un buen baño en la bahía.
Debo
preguntar al poeta Vicente Valero sobre este episodio de la vida de Benjamín.
¿Cómo uno de los filósofos más lúcidos del disparatado siglo XX cayó en la
tentación de semejante reto alcohólico? Probablemente responderá que la poesía
es la facultad más poderosa del mundo y la polaca estaba literalmente para
bebérsela.
La
noche permite seguir estelas imposibles durante el día. Todas las gatas son
pardas y el velo de Tanit descubre poderosos motivos del corazón que la razón
desconoce. A veces cae uno bajo el influjo de lo mágico y se sueña un avatar de
sí mismo…, especialmente si suena la música mágica del grupo cubano Van Van.
Su maravilloso ritmo es energía
contagiosa que invita al gozo de vivir, todo lo contrario de los vampíricos
pichadiscos electrónicos. Escuché a Van Van en La Casa de la Música , en La Habana. Bebí daiquiris
enamorados mientras bailaba a lo derviche, y hoy declaro fervorosamente que
merece la pena aguantar un poco más en pie para alcanzar las promesas divinas.
Como sabía el mago Cela: el que resiste, gana.
No hay comentarios:
Publicar un comentario