El próximo boom económico europeo lo protagonizará la
poderosa tarántula germánica (así se refería Bismarck a sus paisanos). En su
parlamento debaten que las prostitutas declaren impuestos y hasta pretenden
establecer una tarifa mínima por faena, pretensión que secundan las daifas más
veteranas, que andan escandalizas por cómo bajan los precios ante la masiva
llegada de las chicas de más allá del Elba.
Alemania cuenta tres
mil burdeles absolutamente legales y estima seiscientas mil trabajadoras del
sexo (muchas registradas, sindicadas con carné que pasan controles médicos
obligatorios). Eso son más cotizantes que Siemens y Volkswagen juntos, y los
pragmáticos teutones no lo van a dejar escapar. Además siempre debaten este
tipo de cosas en verano, para demostrar a sus socios mediterráneos que son tan
abiertos de mente como de piernas. Sirva de ejemplo que el verano pasado el
debate fue el poder asistir al Bundestag acompañado de sus mascotas.
Francia declaró la guerra a Madame Claude—¡cuántas damas de
la sociedad internacional temen su nombre mientras deberían estar
agradecidas a tan gran celestina!— y ahora los galos peregrinan a los burdeles
de La Junquera como antes los españoles iban al cine en Perpignan.
En España la cosa está que arde. Posiblemente sea Valencia la
zona con más lupanares por metro cuadrado del planeta mientras que el circuito
ibicenco de Lío-Cipriani-Pachá recuerda al malecón habanero, pero con stilettos
en vez de chanclas. Hace años hubo en las Pitiusas una madame formidable—hoy
casada con un industrial holandés—pero actualmente echar una cana al aire es
bastante parecido a un safari.
Famoso fue el burdel de la señora Rius, en Barcelona. Por
allí pasaron desde un cachondo Nobel como era Camilo José Cela (cuando se
presentó como académico de la lengua, una hetaira le respondió: ¡Anda ya,
marrano!), hasta el genio de Salvador Dalí, que
marchaba acompañado de una corte de hermosas modelos y ambiguos efebos.
Dalí también ordenaba todas las chicas del burdel, que le hacían corro como si
fuera un sacerdote pagano, y luego mandaba traer un pato al cual sodomizaba
mientras cortaba su cuello.
Existe una asociación de prostitutas españolas que exige su
regularización, pagar impuestos y cobrar la pensión del estado de bienestar
actualmente en crisis. Alegan además que sería un duro golpe contra la trata de
blancas. El insaciable ministro Montoro debe andar estudiando el caso, que puede sanear
las arcas públicas como un polvo rápido. De momento ya incluye su cálculo en el
PIB.
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