Winston Churchill confesó con euforia a su médico que
sustituir el coñac por una botella de Cointreau tras el almuerzo, disminuía sus
dolores de gota y además le ayudaba a dormir la siesta. (Por cierto que la
siesta fue una sana costumbre que el guerrero británico adquirió en Cuba, cuando
cubría la guerra entre España y Estados Unidos como periodista.)
Aparte de que es fundamental en la preparación de las
margaritas, yo siempre tengo una botella de Cointreau en mi bar por si acaso
hay alguna visita melosa. Aunque una vez una coqueta rumana, pariente del decadente
hospodar Mony Vibescu, prefirió beberse la colonia Álvarez Gómez que guardo en
la nevera (es un gustazo echársela fresquita), lo que la valió una resaca de
nueve grados en la escala Richter.
El Cointreau da sueños dulces y algo disparatados, pero
también desvelos iluminadores. A mí me dio por pensar que los manifestantes de
la Diada confundían a Rafael Casanova con Giacomo Casanova. ¿Cómo si no van a
hacer héroe de su independencia a un patriota que luchaba por la unidad
católica de España en la Guerra de Sucesión? Giacomo, por otra parte, se
consideraba muy veneciano (aunque su abuelo era de Zaragoza) pero también
ciudadano del mundo, tal y como escribió en sus voluptuosas memorias.
La paja mental de los independentistas catalanes está regada
con alcohol del malo, puro garrafón de tabernero gañan. Por eso salen con tanto
odio y pelmazas consignas. A Pla le gustaba un buen whisky y, como Tarradellas,
detestaba a Pujol. Ya intuía la corrupción mafiosa que iba a empobrecer
Cataluña y provocar una peligrosa fractura social. Naturalmente la banda del
enano quiere la independencia para seguir robando impunemente. ¡Pobres
catalanes! Divide y vencerás, piensan desde la masía al tiempo que lanzan sus
tentáculos a los docentes sin vocación de Baleares, los mismos que, junto a
algunos políticos cainitas, prohíben que se pueda estudiar en español en España.
Porque en las islas tenemos una guerra al TIL, que defiende
que los alumnos puedan estudiar en español, inglés y lenguas baleáricas. El
español que hablan 550 millones de personas en el mundo es también la segunda
lengua de Estados Unidos. Merece la pena aprenderlo bien, porque abre muchas
puertas. Si además estas islas viven sobretodo del turismo, sería propio de
mentecatos pretender condenar a los escolares a parlar solo el catalán, tal y
como hizo el PP con la anormalización lingüística que hoy Bauzá quiere arreglar.