miércoles, 4 de diciembre de 2013


POR UNA CABRA

 Mientras estaba en una idílica cabaña sobre el mar, cerca de Kilifi, la misma que custodió los encuentros más ardientes de Denis Finch-Hatton y Karen Blixen, leía el Weekend Star, y el vodka-tonic que bebía placenteramente cayó a mis pies estallando en mil pedazos.

La razón fue el titular de un hombre condenado a diez años de cárcel por violar una cabra. Por lo visto el criminal vive cerca de Malindi, que es una franja costera tan dominada por italianos como Formentera en Ferragosto. El tipo estaba desesperado de ver a las coquetas ragazzas dorándose en las blancas arenas y se aliviaba con la cabra de su vecino. Fue descubierto in fraganti por un caminante que eligió el mismo arbusto para practicar sus necesidades. Luego se enteró toda la aldea.

Esto de la zoofilia es bastante internacional y no entiende de clases. Es bien sabido que en ciertas áreas de Suiza los pollos son muy populares. Salvador Dalí gustaba sodomizar a un pato mientras le degollaba, rodeado de hermosas fulanas, en un burdel catalán. En la antigua Roma, la mujer de un césar, después de tirarse a la mitad de las legiones, sintió apetito irrefrenable por un burro lustroso. La delicada Pasifae se disfrazó de vaca para ser montada por un toro blanco...

Reconozco mi ignorancia en saber cuando una cabra da o no su consentimiento. En España y Grecia los amores entre pastores y cabras y ovejas son legendarios y dan pie a fábulas y mitologías. Pero el magistrado keniata ha decidido que, en su opinión, el animal ha sido claramente molestado y, aunque el violador ya ha mostrado arrepentimiento, parece que nada, salvo que la cabra hable, podrá librarle de la cárcel. (Hay que destacar que la víctima estuvo presente durante el juicio)

He preparado otra copa para recuperarme de la impresión. Paseo la vista sobre un paraje solitario y paradisiaco. No hay turistas ni aberrantes hoteles todo incluido (dan una sensación de tristeza proletaria). Los indígenas de esta zona parecen vivir felices, sin asomo de la prostitución que inevitablemente trae el turismo. Son gente digna y hermosa que me dejan leer tranquilo y bañarme en la mar de Simbad tal y como Dios me trajo al mundo. Hay Afroditas de ébano de paso imperial con las cuales un español siempre coquetea. Es lo contrario del racismo anglosajón, que se la coge con papel de fumar siempre que sale del club o va más allá una conversación sobre el criquet.

Karen Blixen, alias Isak Dinesen, fue una maravillosa escritora enamorada de su granja en Africa. Sus amores con un inglés libre y romántico (los ingleses libres son pocos, pero magníficos) se volcaron en el cine dirigidos por Sidney Pollack. Brindo por ella desde esta cabaña privilegiada, dándome cuenta de que, tal y como dicen los modernos, todos somos iguales, pero hay unos más iguales que otros.

Su marido, el barón Blixen, llevó la cornamenta con elegancia. Cierto es que también era aficionado al adulterio y se le recuerda como uno de los mejores whitehunters de Africa.

Jorge Amado decía que al sur del Ecuador no existe el pecado.

 

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