miércoles, 19 de diciembre de 2012

Las amazonas





“¡Qué daño ha hecho Indurain a este país!”, se queja el marqués de Montelo mientras adelanta a un culebrón fosforito de ciclistas. El magnífico deportista, ganador de cinco tours, ha creado un ejército emuladores que pedalean desaforadamente. Es la moda del cicloturismo.

 Son estos turistas de pedal unos seres estrambóticos que se visten con horripilantes y ceñidos pantalones de absurdos colores, llevan cascos de hormiga atómica, se suben a un incómodo sillín que dispara las ventas de viagra (a posteriori), y pedalean abrevando bebidas isotónicas que matan todo sentido del gusto.
A mí me han despertado a menudo en sus paseos matutinos. Acostumbran acercarse a las inmediaciones de mi torre poco después que yo haya regresado de juerga. Se asoman al cercano precipicio y gritan como ocas para comunicarse el nivel de pulsaciones de su soso corazón. Cuando hago el titánico esfuerzo de levantarme y les amenazo blandiendo el sable de marina de un antepasado almirante, se ponen a sacarme fotos que luego enseñarán en sus casas como un reclamo turístico más de la loca Ibiza. Cuando les digo que se vayan con viento fresco, me invitan a beber gatorade y a modificar mis prehistóricos hábitos de vida. Cuando les tiro un par de piedras, entonces cogen las horribles bicicletas y se marchan comentando lo bien que les viene mi etílica puntería para mejorar el sprint y la velocidad de reacción.  
Además, casi siempre son gordos y feos que quieren quitarse las grasas propias de Moby Dick, o musculitos narcisos que debieran asomarse más a las aguas. Inaguantables criaturas solo aptas para encerrarse en un gimnasio. 
¿Por qué no se fomenta más la hípica? El caballo, hijo del viento del sur, es el animal más hermoso del mundo. Y jinetes y amazonas siempre han tenido mejor gusto que los ciclistas. Nunca se acercan a mi torre a horas intempestivas, sino que vienen con la hora encantada de la puesta de sol. Gracias a Dios no son abstemios y se les puede invitar a vodka y a un cubo de agua dulce y terrones de azúcar para su montura. Las amazonas acostumbran ser sensuales, bellas y volubles; o al menos tienen la elegancia de las que saben dominar una bestia entre sus piernas. ¡Nada que ver con las sufridas pedaleadoras que montan un sillín sin vida ni esperanza! 
El romanticismo de las amazonas va mucho más allá de ver a Bo Derek desnuda sobre un semental de Terry. Uno se enamora de ellas fácil y desesperadamente. Te hacen volver al tiempo de los trovadores y resucitan el galanteo, algo inexistente en la mediocridad del amor discotequero y la deportividad de los ciclistas que solo fornican para quemar calorías. 
Amo a las amazonas. 

domingo, 9 de diciembre de 2012

Alquimia Amorosa


Dime lo que bebes y te diré cómo amas. Los ingleses tienen pasión por la ginebra. Es cierto que el gin-tonic es una de las mezclas más sabias del mundo. Pero no es apta para juegos amatorios sino para jugar a las cartas o arrojar los dados. Gracias a esta bebida los británicos conquistaron la India (la ginebra baja la fiebre y la quinina ahuyenta la malaria), pero apenas se mezclaron con las indias. Los muy bestias se encerraban en su club y escribían cartas a desconocidas vecinas de Brighton para que acudieran a desposarles.

Españoles y portugueses desarrollamos pronto el ron, que es una bebida que estimula la imaginación en el catre, y creamos una nueva raza de mulatas imperiales en un mestizaje que fue el más hermoso fruto del Almirante de la Mar Océana, Cristóbal Colón, y el plus ultra de la caña de azúcar.

El bourbon también es más erótico que su colega irlandés o escocés. Las cimbreantes palmeras de Nueva Orleáns se ondulan con el viento caliente en ángulo más agudo que los robles druidas. El scotch es recomendable antes de disparar a una corza en alta montaña a temperatura gélida. Con el bourbon se puede ir al carnaval.

Hablando de carnaval, ¿existe una bebida más transgresora que la cachaza? Los cariocas modernos prefieren hoy la caipiroska, hecha con la pura y cristalina vodka, con lo cual ya no se sabe ni prefieren las ostras a los caracoles, pues la vodka es un espíritu neutro que combina idealmente con “tudo”. El zar Pedro I castigaba la impuntualidad con la obligación de beber diez litros de vodka.

El alcohol –una palabra de origen árabe que significa el sanador—es la piedra filosofal encontrada por el alquimista Ramón Llull. Una piedra líquida que nació en el siglo XIII.

Antes fue el vino. Ya el código de Hammurabi protegía a los bebedores de cerveza y vino de palma, y su ordenanza 108 mandaba ejecutar (por inmersión) al tabernero que rebajase la calidad de la bebida.

 Esto pasaba hace 3800 años. Hoy los dueños de bares o discotecas buscan todo tipo de matarratas baratos que dañan el foie del bebedor que no sabe distinguir. Pese al maravilloso margen de ganancia que disfrutan, nos venden alcohol de mala calidad para ganar unos céntimos más. Habría que ahogarles en su propio veneno, pues ellos son los culpables de la mala imagen de la alquímica bebida.

 

jueves, 6 de diciembre de 2012

Ibosim, Ebusus, Yebisah, Eivissa, Ibiza...


Es Bes, el dios más cachondo de la Historia, quien da nombre a la isla de Ibiza. De origen egipcio, su culto fue importado por los cartagineses, quienes le adoraban como una divinidad amable que protegía la tierra de los animales venenosos e invitaba a las doncellas a rasgar su virginidad y caminar en el mundo con los ojos abiertos, riendo alegremente para espantar malas influencias.
Esto sucedía hace 2700 años, cuando los fenicios instalaron –envidiados por los griegos— su colonia más próspera aquí en Ibiza, isla considerada desde entonces como una tierra sagrada por todos los pueblos que han sucedido a los compatriotas del general Aníbal Barca, desde las águilas romanas hasta los últimos hippies.
Ibosim, Ebusus, Yebisah, Eivissa, Ibiza... en todas las lenguas quiere decir Tierra de Bes. Es curioso cómo los antiguos creían fervientemente que las ánforas moldeadas con barro ibicenco repelerían el veneno y podrían ahorrar mucho en sufridos catadores.
Guillem de Montgri, al servicio de Jaime I de Aragón, reconquistó Ibiza de la influencia musulmana. Cuentan que influyó un asunto de celos: Un marido burlado, con cuyos cuernos podían ararse los campos de Santa Gertrudis, descubrió que su mujer se la pegaba con el Gobernador. El marido, fuera de sí, franqueó un pasadizo a los cristianos para que pudieran tomar fácilmente las temidas murallas.
Vemos como en todo está la influencia de Bes, el dios de la alegría y la juerga, de la fertilidad y el sexo; del nacimiento y el sueño; repelente de venenos y envidias. Un dios que parece invitar continuamente a gozar de la vida. No es extraño que hoy Ibiza esté considerada como el epicentro mundial de una nueva cultura de masas y sea lugar de peregrinaje de jóvenes de todas las edades, el último mito de los sueños de Occidente.
Porque Ibiza atrae a la gente joven tal y como podía entenderla Picasso: En la vida hay viejos niños y niños viejos. Y a pesar que nos tilden con el síndrome de Peter Pan, cuando se es realmente joven, se es joven para toda la vida.
¿Para qué madurar? Déjennos seguir siendo niños dorados de deseos y seguir la máxima neoplatónica de regocijarnos en el presente. Es esta fuerza de juventud eterna la que permite que el aura ibicenca permanezca.
Ibiza volvió a ser un punto caliente en los años 50, cuando vinieron los beatniks, y después los hippies; habitualmente jóvenes de gran cultura y universitarios de Berkeley, cuya educación y hedonismo en la dorada California no les había preparado para los horrores de la guerra de Corea y Vietnam.
Escaparon del infierno bélico arribando a una isla en la que parecía que el tiempo se había detenido. Alquilaban casas payesas desperdigadas por el campo (es una de las muchas maravillas pitiusas: las casas disfrutan de una intimidad formidable), construcciones tan a medida del hombre como la propia isla, de una arquitectura que ha sido admirada por los mejores maestros del siglo XX.
Aquí los desesperados sellaban el contrato con el impasible indígena con un simple apretón de manos. Ni papeles ni leguyelos. La palabra era garantía más que suficiente. Ibiza fue bálsamo para estos hombres y mujeres que hicieron la revolución de las flores llevando la imaginación al poder.
Sentían la poderosa simbiosis con la tierra: descalzos percibían los latidos telúricos de un dragón generoso que les invitaba a ese capricho divino que es la pereza, al dolce fare niente, a hacer el amor cuando sentían el amor, a tomar el sol y sumergirse desnudos en el paso de los días como náufragos vitales.
Con ellos comenzó el mito moderno de Ibiza: El Shangrila mediterráneo, el paraíso de las almas descarriadas.
Y el velo de la diosa Tanit, el eterno femenino que enamora a Bes, continúa protegiéndonos.