Por mucho que se empeñen los publicistas baratos de Hollywood
en airear su crepuscular desengaño vampírico, la cornamenta más famosa de la
historia fue la que Helena impuso al plomo de Menelao. ¡¿Cómo puede uno casarse
con una diosa y encima exigir fidelidad?!
Aunque tal vez fue solo una excusa para atacar Troya. Esas
son las perversiones del contrato matrimonial, sostén del orden de la sociedad,
el sistema del que huyen los vagabundos sensuales que comprenden que hay seres
especiales nacidos de la espuma marina o la blancura daliniana de un huevo.
Kama es el dios hindú del amor, Afrodita es la soberana del mundo, Helena es el
simulacro formidable que hace flotar el huevo níveo sobre un terreno pantanoso.
Cuando cabalga en el aire la inmensa flecha del éxtasis lo
mejor que se puede hacer es relajarse y disfrutar porque toda oposición será
aniquilada; la voluntad, envenenada; la razón, burlada. La vida es demasiado
fuerte y sabia como para querer domarla con complejos; y para todas las
culturas del mundo la diosa más poderosa es la del amor.
Lo blasfemo es confesar el desliz al astado. Eso es una
crueldad intolerable para deshacerse del peso de la conciencia y supone la
imposición de una doble cornamenta: la física y la espiritual. A partir de ese
maxi-cruel-momento-de-la-egoísta-confesión el astado odiará el género opuesto y
se reunirá en clubes de astados para poner a caldo a la infiel. (Por la infiel
comprendemos a cualquier persona de cualquier raza, sexo y religión que,
actuando libremente o bajo el influjo de lo mágico, cae en la tentación y cree
aquello de que cuando se viola un tabú, sucede algo estimulante.)
El sabio y prudente Horacio escribió que, ya antes de Helena,
el coño fue causa horrenda de guerra. Fácilmente se juntan los astados unidos y
marchan a hacer la guerra contra los que se atreven a vivir a su manera. El
puritanismo es un peligroso estandarte y, si piensan que el objeto de su deseo era
de su propiedad, es porque nada sabían del amor, de igual manera que un
puritano en nada recuerda a la pureza, como un catalanista nada tiene que ver
con Cataluña, como un pío del Mayflower que regala mantas infectadas de viruela
a los pieles rojas nada tiene que ver con la piedad.
No hay juramento en las cosas de Afrodita.