Entre otros caprichos inconfesables, he pedido a los Reyes Magos puros habanos con aroma de mulata de Baracoa, armagnac dorado como los ojos de un leopardo y una princesa báltica tan irresistible como la Dagmar que patinaba por lagos helados envuelta en un abrigo de zorras isabelinas ante la enamorada mirada de Orlando.
Todavía no me he acercado a la chimenea a ver si sus majestades magas han accedido a mis deseos. Como sigo creyendo en ellos, tengo un atávico respeto al carbón que condene mi conducta cínica y libertina, mis coqueteos con creencias antiguas y paganas, mis licencias cada vez más habituales de vividor del aquí y ahora que desembocan en un relajamiento moral pero que también universaliza una ética que puede ser compartida por un jinete tártaro, un pescador esquimal o un aborigen australiano.
No, el deseo, como demasiado bien saben las coquetas, se agudiza en doloroso placer retardándolo y, antes de acercarme, me he preparado una copa que me servirá de airbag ante los choques de la cruda realidad y mitigará el resacoso martillo que atruena mis sienes.
La copa en cuestión merece ser destacada. Consiste en ginebra y zumo de pomelo, recién hurtado de los lujuriosos campos de Buscastell—aunque reza la ley payesa que uno puede tomar del árbol ajeno lo que le quepa en las manos, con lo cual los Reyes Magos no deben tener en cuenta este acto rapaz—, unas gotas de angostura y media cucharadita de azúcar negra, siempre ardientemente negra. (Por cierto, ¡cómo está Buscastell! Si en verano encontré a una sirena nadando desnuda en una esmeraldina alberca, este invierno son hadas, duendes y alguna que otra bruja los que te saludan con un espontáneo bon día entre unos bancales coloridos de naranjos y limoneros, con los riachuelos cantando y creando una sensación absolutamente onírica cuya belleza espanta las penas. Yo solo digo mi cantar a quien conmigo va, pero me apetece sentirme majestuoso y haceros este regalo recomendándoos hacer un corte de mangas a la TV y demás costumbres deleznables, invitando a volver la vista a la naturaleza pitiusa. Eso sí, recordad que hay que peregrinar con alegría y respeto, la magia se evapora ante las conductas chabacanas.)
La copa me hace sentirme bien de nuevo con el mundo. Y brindo por el Niño a quien los Reyes adoran. El mensaje de alegría, gozo y bondad sigue vivo, aunque cerca del pesebre estén realizando una masacre y sigan matándose en nombre del mismo Dios. Si resbalase de nuevo a los mitos hinduistas tal vez acabaría creyendo, como el hassassin de Alamut, que nada es verdad y todo está permitido, que nada importa y todo retorna, pero prefiero, desde mi cómoda pero no ciega atalaya, creer que en el corazón del hombre sigue latiendo un niño que podrá dominar a los lobos.
Queridos Reyes Magos…
Bravísimo!!!
ResponderEliminarEnhorabuena Jorge, me ha gustado mucho este texto, dedicado a los Reyes Magos y esa última alusión a Cristo y lo perseguido que esta en ciertos países, hace que tu texto se eleve.
ResponderEliminarque ganas de verte por aquí! aunque dejes tus queridas pitusas algunos días!!!
Mil besos