ASISTENT@S
Durante una cacería del grouse en Escocia, un viejo lord
invitó a un millonario textil, prototipo del self made man. El millonario
informó que iría acompañado de su asistente de tiro. Al lord del pareció algo shocking,
pero accedió suponiendo que el hombre no había cogido una escopeta en su vida.
Después de la cacería, el millonario quiso llevar a su asistente a la mesa. El
viejo lord, ya sin poder contenerse, replicó al estilo Wodehouse: No sabía que
también necesitaras un asistente para llevarte comida a la boca.
Yanquis y demás ralea anglocabrona empezaron esta moda para
los banqueros que cobran bonus con las mismas ínfulas que un político demagogo
utiliza sus dietas. Luego la cosa assistant se ha contagiado al resto de la
sociedad.
En Ibiza vivimos días de inauguraciones y openings en los que
se demuestra el hambre que se ha pasado durante el solitario invierno (aunque
al conseller Delgado, que es más chulo que Wyatt Earp cantando My Darling Clementine,
le parezcamos una isla desestacionalizada).
Tales eventos son perfectos para observar a la recién llegada
fauna que sueña con el agosto. Ibiza rezuma de comisionistas prestos a ganar el
sueldo de un año con la participación de la venta de una finca. Estos son
tolerables mientras no vayan haciendo apología de sus actividades. Pero hay una
nueva casta insufrible –surgió con la clase clubber— que se extiende
preocupantemente por la isla. Son los personal assistant.
El personal assistant (todavía no he conocido uno que diga
asistente personal, aunque proceda de Talavera de la Reina) está perpetuamente
a la caza del visitante adinerado. En una extensión natural de su actividad
también pueden ser Eating Assistant (anteriormente fueron camareros o
algún maître que pretendía enseñar a comer a sus clientes, lo cual está muy de
moda en los garitos de fusión donde nadie sabe lo que presenta su plato y
suceden un par de envenenamientos masivos al año); e incluso Fucking Assistant
(la procedencia para tal categoría pasa indefectiblemente por la experiencia en
algún burdel de Tokio o el Babylon de Salzburgo).
Como carecen de conversación, para situarte en su escala
personal siempre hacen rudas preguntas directas del tipo en qué trabajas o
dónde vives, y yo respondo que tengo pozos de petróleo en Texas y vivo en las
Cayman. Las consecuencias inmediatas acostumbran a ser tan agradables como
sonrojadas, y uno puede tener un assist@ant gratuito por el resto de la noche.
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