MECENAS ALEGRES
La pasta solo vale cuando sale del bolsillo. Ser rico—como dice
Sacha Guitry en Memorias de un Tramposo—no es tener dinero: es gastarlo. El
cheque sin fondos es un delito, pero debiera serlo también el fondo sin
cheques. El avaro que atesora rompe la cadencia de la vida al interrumpir la
circulación monetaria. Amancio Ortega nos parece que tiene una posición
desahogada porque ha donado veinte millones a Cáritas.
Necesitamos ricos generosos y alegres; no tacaños
miserables. Personalmente he tratado unos cuantos (opinaba Salvador
Dalí que todo se contagia, incluso el dinero y la belleza, que será, será…),
pero solo conozco uno absolutamente genial y no quiero citarle porque tiene
justa alergia a la prensa. El resto son personas corrientes con
avión privado (algo que solo impresiona a políticos sobornables, fulanas y
cursis names dropper) que hacen bueno el adagio italiano: El dinero no da la
felicidad, pero calma los nervios.
Los tipos billonetis que gastan más alegremente son el pirata,
el dandy y el loco. Poco trabajadores, pero que saben arriesgar en el momento
oportuno. En las Islas Baleares, por ejemplo, herencias de siglos han cambiado de manos
fugazmente en mesas de juego. La buena educación da una importancia suprema al
gesto, y se pierde y se gana con la misma elegancia que mortifica al chacal
arribista, deslumbra al burgués y enamora a las damas.
España está huérfana de mecenas, que históricamente suele ser
el billonetis que aúna en su persona cualidades de pirata, dandy y loco.
Durante el canto de cisne modernista, la dulce Cataluña fue generosa en tales
tipos, con oscuras fortunas provenientes a menudo de la trata de esclavos,
más rauxa que seny, títulos flamantes y un ansia personal de superación en los aspectos hermosos de
la vida. Tuvieron un esplendor decimonónico que llevó a Barcelona a ser una
capital cosmopolita. Luego vino la histórica ley del péndulo y hoy la
maravillosa Cataluña está dirigida por burgueses nacionalistas que destacan por
su paleta mezquindad y el tres por ciento que trincan como si fuera un derecho
divino. Confiemos que el péndulo cambie su dirección antes del desastre que
predican.
Hay que facilitar la inversión privada en el mundo cultural.
El Estado como mecenas no funciona porque los políticos se rigen por el más
bajo denominador común y carecen de cultura. Necesitamos menos leyes, menos
impuestos y menos políticos para aligerar el corsé que ahoga la respiración
vital de la sociedad.
Y necesitamos más mecenas.
Bravo!!!!
ResponderEliminarAmén
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