El
Bloody Mary del moderno Saint Regis de Singapur—el hotel más caro de Asia,
según gustan informar los taxistas de una ciudad aséptica donde nadie fuma ni
se ven pobres—es magnífico. Conserva fielmente la fórmula inventada para conjurar
las tormentosas resacas de monsieur Petiot, barman del S. Regis de Nueva York.
Sin
embargo es en el Raffles, con su armoniosa arquitectura colonial, donde se está
realmente a gusto. (¡A ver si se enteran de una vez los prostituidos
arquitectos sin gusto, sentido ni sensibilidad!). Eso sí, hay que evitar las
aglomeraciones de hordas australianas devoradoras de cacahuetes, y pasar al
Writers Bar, santuario sagrado cuya entrada guarda un elegante sikh.
“¿Es
usted huésped del hotel sir?”. “No, pero soy escritor”. “Adelante entonces”, me
dice el guerrero hindú mientras cierra el paso al australiano en pantalón corto,
un bárbaro que no ha leído a Kipling, Conrad ni Maugham, un patán que ignora la
contraseña para entrar al olimpo.
Una
vez en el bar hay que olvidarse del Singapur Sling (un coctel con más mezcla
que la tripulación de un mercante panameño) y pedir un gin tonic con dosis triple de ginebra. Esa
es la bebida que permitió a los puritanos ingleses conquistar medio mundo bajo
la bandera del progreso y la revolución industrial. La ginebra y la tónica son
una medicina deliciosa para conjurar las maladies tropicales y además te ponen
en sintonía cósmica, apreciando mejor el paso ingrávido de las fascinantes
malayas y el lenguaje de sus misteriosas miradas.
En
el bar encontré a un investigador armenio bebiendo un ricard. Al enterarse que
yo era español, me habló con pasión de Ramón Llul: “¡Fue el primero en escribir
sobre la destilación del alcohol! También era viajero y recorrió los países
musulmanes porque quería unificar las tres religiones: judía, musulmana y
cristiana, para lo cual había preparado el terreno el obispo de la Seu de Urgell del año 800, Félix,
quien junto al primado de Toledo, Elijando, proponían la doctrina del
Adopcionismo: que Jesucristo era hijo adoptivo de Dios y no Dios
mismo. Eso era importantísimo porque hubiera permitido entenderse con los
musulmanes, que también consideran a Jesús un personaje extraordinario, pero no
divino.”
El
armenio estaba en Singapur buscando restos de la tradición cristiana en
Oriente, contrastando las teorías de que Santo Tomás murió en la India o que incluso el mismísimo
Jesús emigró allí tras su resurrección.
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