domingo, 10 de febrero de 2013

CARNAVAL


ILUSTRACIÓN: ADOLFO ARRANZ


El chevalier de Seingalt centra un capítulo de sus memorias en el carnaval de Venecia. Relata que, en la ciudad de los dogos, las parejas consolidadas se daban un conveniente respiro al iniciarse el carne-vale: Los cónyuges escapaban en busca de amantes, dormían en casa ajena, y nunca podían pedirse cuentas de esos días de locura pagana que entraba hasta en los cuerpos más castos.

Qué gustazo: romper la pareja y cumplir las fantasías encamándose libremente, sin complejo de culpa ni miedo al castigo, durante unos días de éxtasis dionisiaco. De eso se aprovechó bien Seingalt, que no es otro que Casanova, el amador de hembras que vivió su plenitud con alegría faunesca y siguió siempre la estela de la stultifera navis, la nave de los locos, en la que embarcan aquellos para los que la navegación no es un mero concepto de tránsito, sino una finalidad en sí misma (y en cuyo puente la capitana es una mujer desnuda que te ofrece una copa de vino). Así le fue al filósofo de la acción hasta que el destino, habiéndole concedido tantas gozosas aventuras, dobló su columna para que escribiese, desdentado pero no destetado, sus fascinantes memorias. En caso contrario nunca se hubiera sentado a escribir: él prefería vivir. Sequere Deum.

 El carnaval es pues la válvula de escape; la salida danzante de los demonios; la apertura de la Caja de Pandora del subconsciente. Aparte de la etimología carrus navalis (¡Viva Baco!), asociado a las ideas de orgía, travestismo, violación de la razón y el deber dominado por los apetitos y la sensualidad. Paul Morand: Al final de la pendiente de los muslos, tan fácil de descender, el cucurucho untuoso… Y la sabiduría sensual del carnaval transforma tal pendiente en un jubiloso eslalon.

Es un retorno temporal al caos primigenio para resistir la tensión ordinaria que impone el sistema. Las saturnales romanas, con el intercambio de personalidad entre amos y esclavos, con su inversión del mundo como el orden boca abajo de una carta, son el precedente del liberador carnaval.

Solo los cretinos desprecian el valor de las  máscaras. La palabra persona originalmente quiere decir máscara, con lo que somos todos una panda impostores que representamos una comedia a lo largo de la vida. A eso podría reducirse la psicología: al campo de la impostura. Viéndolo así, es solo en carnaval cuando nos atrevemos a ser auténticos. Prestad atención a los disfraces de vuestros amigos y vislumbraréis algo del verdadero yo que mantienen oculto tras la superficie de su aparente personalidad. Pero que el juicio no sea demasiado severo: el carnaval es como un recreo entre las clases disciplinadas y los chivatos son los únicos que van al infierno.

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