miércoles, 12 de junio de 2013


MECENAS ALEGRES

La pasta solo vale cuando sale del bolsillo. Ser rico—como dice Sacha Guitry en Memorias de un Tramposo—no es tener dinero: es gastarlo. El cheque sin fondos es un delito, pero debiera serlo también el fondo sin cheques. El avaro que atesora rompe la cadencia de la vida al interrumpir la circulación monetaria. Amancio Ortega nos parece que tiene una posición desahogada porque ha donado veinte millones a Cáritas.
Necesitamos ricos generosos y alegres; no tacaños miserables. Personalmente he tratado unos cuantos (opinaba Salvador Dalí que todo se contagia, incluso el dinero y la belleza, que será, será…), pero solo conozco uno absolutamente genial y no quiero citarle porque tiene justa alergia a la prensa. El resto son personas corrientes con avión privado (algo que solo impresiona a políticos sobornables, fulanas y cursis names dropper) que hacen bueno el adagio italiano: El dinero no da la felicidad, pero calma los nervios.
Los tipos billonetis que gastan más alegremente son el pirata, el dandy y el loco. Poco trabajadores, pero que saben arriesgar en el momento oportuno. En las Islas Baleares, por ejemplo, herencias de siglos han cambiado de manos fugazmente en mesas de juego. La buena educación da una importancia suprema al gesto, y se pierde y se gana con la misma elegancia que mortifica al chacal arribista, deslumbra al burgués y enamora a las damas.
España está huérfana de mecenas, que históricamente suele ser el billonetis que aúna en su persona cualidades de pirata, dandy y loco. Durante el canto de cisne modernista, la dulce Cataluña fue generosa en tales tipos, con oscuras fortunas provenientes a menudo de la trata de esclavos, más rauxa que seny, títulos flamantes y un ansia personal de superación en los aspectos hermosos de la vida. Tuvieron un esplendor decimonónico que llevó a Barcelona a ser una capital cosmopolita. Luego vino la histórica ley del péndulo y hoy la maravillosa Cataluña está dirigida por burgueses nacionalistas que destacan por su paleta mezquindad y el tres por ciento que trincan como si fuera un derecho divino. Confiemos que el péndulo cambie su dirección antes del desastre que predican.
Hay que facilitar la inversión privada en el mundo cultural. El Estado como mecenas no funciona porque los políticos se rigen por el más bajo denominador común y carecen de cultura. Necesitamos menos leyes, menos impuestos y menos políticos para aligerar el corsé que ahoga la respiración vital de la sociedad.
Y necesitamos más mecenas.

 

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