miércoles, 17 de julio de 2013


SWINGING NAUTICO

 

El dandy decadente de la brillante acera de enfrente, Oscar Wilde, ya decía que las cadenas del matrimonio son tan pesadas que se necesitan más de dos personas para poder soportarlas. Tal vez por eso el swinging o intercambio de parejas está muy de moda, también en las anárquicas Pitiusas. Nada que objetar, naturalmente, aunque uno siempre prefiere la aventura de un safari nocturno, el encuentro furtivo en una cala o incluso el ligue proteínico en la cola del mercado. Pero vivimos una época de proliferación de sectas que se hacen llamar clubes. La gente tiene miedo a sentirse sola y ese gozo divino que es la sagrada espontaneidad ha sido desbancado por la planificación absoluta, llegando al punto de saber dónde y cuándo la recíproca cornamenta con la parienta se hará efectiva.

Ayer mismo, fondeado al pie de Sa Foradada, cerca de cala Salada, un barco fletado únicamente para el swinging se dejaba ver a pocos metros de la costa. El espectáculo hubiera hecho las delicias de Calígula, pues la orgía en cubierta era desenfrenada. Varias casas sacaron sus telescopios e incluso un vecino fue más allá del triste voyeurismo y se dedicó a grabar la cópula de unas veinte parejas que cambiaban según fuerzas y voluntad.
Pero lo verdaderamente grosero es que la panda de exhibicionistas se agitaba al ritmo abominable de un bakalao electrónico a un volumen ensordecedor. Destrozaban la armonía de la tarde y cualquier delicia erótica con esa música solo apta para nanotecnólogos o zombis de pastillita (también follaban como robots, se notaba que no conocían la cadencia del bolero, el sabor del calypso, la dulzura de la samba, el galope del mambo…)
El estado del ánimo es un ritmo, y la sociedad se está embruteciendo vertiginosamente, olvidando la cortesía e ignorando el sentido común. Occidente ha logrado la mayor opulencia general de la historia, pero la parte animalesca del hombre tira al monte. ¿Por qué si no la cultura es hoy la última mona? ¿Y el paleto sacrilegio de muchos festivales, vivos gracias a subvenciones públicas, pero que machacan las obras de Wagner y Verdi con puestas en escena grotescas? 

Pero la orgía más repelente es la de la secta política. Vuelven a subir la electricidad (ya hay pocas orgías a la luz de las velas) y todos los impuestos para—se excusan—evitar la quiebra a la que su incapacidad ha conducido directamente. Está claro que los políticos no dan la talla.

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