CONVERSACIONES INDICAS
El concejal roba como el buey muge, escribía Julio Camba con
coña gallega, fresca y marinera. Eso les explico a mis amigos omanís mientras
navegamos desde la hermosa Lamu rumbo a Zanzíbar en un estilizado dhow tan
veloz como bien pertrechado: ginebra, ron, té, el khat que se masca y mantiene
los ojos abiertos, y un bazooka por si encontramos algún pirata indeseable.
Ellos están convencidos
de la santidad de la clase política occidental mientras despotrican contra la
suya propia. Así que les explico que en España un tractorista o una enfermera
necesitan cotizar cuarenta años para conseguir una humilde pensión (que encima
puede ser recortada tanto por gobiernos socialistas como por conservadores), mientras que la clase política, aunque haga su trabajo de manera
espantosa, se lleva una jugosa pensión vitalicia tras apenas unos meses en el
cargo.
Entonces los marineros responden que en su país los políticos
no necesitan siquiera meses, pues cobran la mordida antes de aprobar cualquier proyecto. Que están tan poco seguros de la pensión que
pueden llegar a cobrar con la inestabilidad africana, que quieren asegurarse su
pensión por adelantado. “Ya sabes— me dicen—, somos el Tercer Mundo, tal y como
nos han marcado a fuego en la espalda”.
Naturalmente respondo que en el autodenominado Primer Mundo,
también pasa lo mismo. Que tenemos una organización política de mega-rateros en
Bruselas que se pavonean con sus prebendas mientras descuidan sus deberes en una nueva aplicación
del todo para el pueblo pero sin el pueblo, y encima sin modales versallescos.
En un recodo de los mangraves mi barman prepara el más
delicioso Plantas Punch que pueda probarse en los trópicos. Los marineros nos
miran, pero no nos juzgan. Es lo bueno de ser un infiel. Comprenden nuestro
disfrute tanto como nosotros disfrutamos de su cantarina compañía. Ellos no comparten nuestras
creencias, pero tampoco quieren imponernos las suyas. En otro caso abandonaríamos tales latitudes inmediatamente. Tal y como se está
produciendo un éxodo de hedonistas de la hasta hace poco gozosa Europa, que
necesita de vez en cuando de un toro bravo y divino para raptarla.
La reciente guerra al placer destruye la iniciativa emprendedora
que tanto necesitamos en estos tiempos críticos. El Renacimiento fue la
placentera plataforma a la era moderna. Si Europa quiere transformarse en una prohibitiva
pequeña burguesa en lugar de la gran dama (y a veces fulana) que es por
naturaleza, entonces, con el no smoking, no alcohol, impuestos de Shylock y
maraña legislativa nos hundiremos en un medievo tan triste como poco
placentero.Otro Plantas, por favor.
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