lunes, 26 de agosto de 2013


PLUTÓCRATAS
 
Es más difícil ser alguien que hacer algo. Los tabloides ingleses se refieren a Ibiza como la isla de los plutócratas, calificación llamativa para una mayoría sin talento más allá de las finanzas. La otra noche, invitado por una modelo feminista que quería experimentar, recalé en una villa de arquitectura pastelera custodiada por diez gorilas armados. Alquilaban unos exitosos mamones de la teta de internet. Gente superficialmente amable, con cultura de revista y sin personalidad. El primer dato para salir huyendo era que servían las copas en vasos de plástico. El segundo, que la conversación era inexistente y el vacío se llenaba con música electrónica. El tercero, que sirvieron un pescado que jamás había visto el mar.
Pero mi voluntad de escapar quebró cuando a la casa llegaron treinta rubias vertiginosas con acentos de más allá de Volga. Ellas sí tenían conversación y la chispa iluminaba su mirada superviviente. Eran tiernas y duras a la vez, con tipos que iban de una odalisca circasiana a la Odette del Lago de los Cisnes. Parecían salidas de un cuento de Pushkin y bebían vodka de forma estremecedora, sin perder el equilibrio en sus imposibles stilettos. Defendían una teoría social fascinante: El mundo se está llenando de zombis. Igual que el cine. Son los no-muertos sin cerebro ni alma que desean contagiar su sordidez existencial. Parecen vibrar cuando toman una pastillita hecha con anestesia de caballo y se agitan a ritmo bakalao. Pero sólo es un espejismo tecno. Mientras tanto ellas se aprovechan. Con lo que ganan en el verano ibicenco pueden comprar una casita en su pueblo, casarse con el novio de su perdida adolescencia y aumentar su colección de zapatos.
 
Cuando pensaba que la cosa acabaría en una orgía memorable, los plutócratas me dieron la puntilla. Era obligatorio ir a una macrodiscoteca hasta el amanecer. Tenían reservadas cinco mesas por las que habían adelantado cien mil euros. Las rubias eran parte del show-off, de dejarse ver, de retrasar los placeres de la cama a la que tienen terror pues se han educado en el sexo virtual. Entonces sí escapé rumbo a algo más tangible.
 La frivolidad puede ser un arte, como demostraron los libertinos del XVIII, pero hoy domina una estupidez aburridísima. En el bar del Golden Hirsch, poco antes de que Plácido Domingo contagiara un torrente vital a Salzburgo, otro plutócrata muy diferente (cum laude en ars vitae) me confesaba que en la humanidad solo cuentan un dos por ciento. Y que este invierno asistiremos a una revolución en las ciudades europeas con la aplicación de nuevas medidas de control de masas.

Seguiré de hippie en Ibiza.

 

 

lunes, 19 de agosto de 2013


DEL TRAVELLER AL HOOLIGAN

Ahora que ese aspirante a Churchill que es David Cameron nos manda a la Royal Navy a Gibraltar, podría ordenar a su flota que siguiera hasta las Islas Baleares para una leva de hooligans. Pero no caerá esa breva. La pérfida Albión sigue siendo un país feudal, con un sistema más clasista que las castas hindúes. Y los intocables son los slobs que envían sus turoperadores a algunos municipios vendidos a la libra. Las salvajadas que practican en Magaluf o San Antonio de Portmany no son toleradas en Gran Bretaña. Por eso sus chicos necesitan de un bárbaro parque temático más allá de las fronteras inglesas, para que luego regresen calmaditos y dispuestos a trabajar ordenadamente en sus barrios proletarios, sin ganas de leer a D.H. Lawrence.
Siempre hubo un aire romántico—travellers in romance—entre los viajeros ingleses. El Grand Tour fue una moda iniciada por los mejores outsiders del sistema. Beckford, Byron, Chesterfield, Leighton…pasearon por Europa y amaron España. Excéntricos y elegantes, dieron la imagen legendaria de una élite inglesa. En el siglo XX tomaron el relevo escritores como Robert Graves, Somerset Maugham y su sobrino Robin, actores como Laurence Olivier y Erroll Flynn, el esteta Harold Acton o el diplomático Harold Nicholson. Una copa en Sandy´s, Santa Eulalia, una barra ilustre que hubiera disfrutado Enric González, era una aventura dipsómana rezumante de la buena chispa británica. Que todavía queda, of course.
Pero en los setenta llegaron todos los demás.   
Actualmente el turista inglés es temido como las hordas de Atila. Algunos empresarios y políticos son conscientes que traerlos al paraíso balear es como dar margaritas a los cerdos (y sueñan con una reconversión turística). Acuden una semana en régimen todo incluido, ahorran setenta euros para pagar la entrada en una macrodiscoteca después de aguantar una cola miserable, experimentan con drogas de diseño que contienen anestesia de caballo, practican el balconing suicida e inventan nuevas formas de emborracharse.

Si hace unos años pusieron de moda el oxy-shot (aspirar alcohol por un tubito), este verano causa furor el Tampvodka. Aunque parezca increíble, consiste en mojar un tampax con vodka y luego utilizarlo como mejor convenga. El resultado suele ser una cogorza instantánea y un lavado de bajos de lo más efectivo. “What a waste of vodka, but at least the cunt is clean”, me comenta un amigo inglés que desprecia a sus compatriotas turísticos como el brahman al intocable.
Sin embargo los empresarios discotequeros están encantados. Les han salvado el negocio. El inglés es el mejor clubber y máximo adorador de la cultura electrónica (eso que en Valencia llamaban la ruta del bakalao). Han entronizado al pinchadiscos y su idea del glamour es aguantar hacinados una sesión de ocho horas a ritmo insoportable, mientras se hacen fotos que luego colgarán en Facebook diciendo que estaban al lado de alguna celebrity. Poor devils!

Porque además de slobs, también están los snobs (sine nobilitate). Para ellos se han creado en Ibiza y Mallorca numerosos beach-clubs, donde se come espantosamente (a precio de Alain Ducasse), y las camas balinesas se conceden según se pida Cristal o Möet. Sirven copas con medidas inglesas (lo cual es una aberración para el turista hispano, que tampoco se parece siempre a Garcilaso de la Vega). Pero es la moda que apasiona al nuevo rico, o al que pretende parecerlo, mientras dura su semana de vacaciones en la que gasta los ahorros de todo el año.
Los ingleses que no son slobs ni snobs saben moverse de otra forma. Buenos bebedores, no hacen aspavientos cuando pierden una partida de backgammon con el cube a 64. A veces se empeñan en hacer visitas culturales a las cinco de la tarde. Siguen siendo excéntricos y mantienen la famosa flema y sense of humour.

Ahora bien, si la Navy hiciera esa leva hooligan, desembarcándoles luego en Gibraltar, a los llanitos se les iba a atragantar su pasión británica y pronto no quedaría un mono en el Peñón.

lunes, 12 de agosto de 2013


LA GUERRA DEL VODKA


Hay una nueva guerra fría marchando en este tórrido verano. El lobby gay norteamericano ha logrado contagiar a Europa el boicot al vodka ruso. Se trata de una global protesta homosexual contra Vladimir Putin, quien ostenta hoy un poder mayor que cualquier zar de antaño.
 El boicot se inició en USA y Canadá (los productores de vodka yanqui se frotan las manos) y lo continúa el 51 estado de la unión americana, Inglaterra, de la mano de Jeremy Joseph, quien cuenta con cuatro bares en esa Sodoma londinense que es el Soho. Amenazan incluso torpedear los Juegos Olímpicos de invierno, que tendrán lugar el año que viene en la localidad rusa de Sochi.
El jefazo de Stolichnaya, Val Mendeleev, ya se ha apresurado a comunicar que su vodka siempre ha estado a favor de los homosexuales (!!). Pero, ¿qué culpa tiene la vodka, que es una bebida pansexual (aquí podemos utilizar el término de Sánchez Dragó, aunque el heterodoxo escritor sólo beba vino), pues armoniza bien con cualquier cosa y es gramaticalmente hermafrodita, con la política de Putin? Semejante protesta recuerda a los delirios tribales de los pulgarcitos catalanistas y las reacciones nacionales contra el cava.
 Si esto sigue así será imposible atreverse a entrar en ningún bar gay y pedir un Moscow Mule. La alternativa al vodka ruso—exceptuando Polonia—deja mucho que desear. Como es la bebida favorita de campesinos y top models, los franceses se han inventado un vodka ridículamente caro que se destila de la uva, con lo cual tiene más de grapa o pisco que de otra cosa.  
Hay medidas ciertamente absurdas, pero a los rusos siempre les acompaña la locura. En Mallorca expulsaron a Natacha Rambova. Daba igual que fuera la viuda de Rodolfo Valentino y estuviera casada con el marino Álvaro Urzaiz. Su origen ruso la hacía sospechosa de comunista durante el franquismo. El monje y chamán Rasputín (chamán es un término que procede de los tunguses siberianos) debía su colosal fortaleza al vodka y al medio litro de aceite que trasegaba antes de aceptar ninguna invitación. Félix Yusúpov, que también sabía beber lo suyo, tuvo que recurrir al veneno, disparos y ahogamiento en el Neva para cargárselo. La terrible consecuencia que el príncipe de famosos ojos azules nunca imaginó: la llegada del abstemio Lenin al poder.
Los papagayos de las cancillerías barajan si podrá el lobby gay derribar al inquilino del Kremlin. Rusia blanca, Rusia roja… ¡y pronto una Rusia rosa!

miércoles, 7 de agosto de 2013


EXPERIMENTO FORMENTERA
Desnudos de Vicent Marí Hotel Pachá Ibiza

Con la rocambolesca rotura de un cable submarino y la consecuente ausencia de internet y cajeros, Formentera ha vuelto al cambalache. Los de toda la vida, firman; y los modernos turistas tarjeta platino que despreciaban el cash, tienen que entregar en prenda un reloj si quieren comer. Hasta hubo un presumido milanés que quiso cambiar un traje de baño Gucci por una langosta, pero le dijeron que nanay, que era made in China.
La explicación de un gran velero destrozando el cable con su ancla es bastante peregrina, pero es la excusa oficial. Nadie está seguro de qué barco es ni por qué demonios fondeaba a una milla de la costa. Y además ya ha pasado dos veces durante este verano (uno de bandera holandesa, otro italiano). Por eso crecen las teorías conspirativas de que lo que están haciendo en Formentera es simplemente una prueba de control de masas, o sea, ver cómo reacciona la gente cuando alguien aprieta un botoncito y deja un área determinada sin los adelantos tecnológicos a los que la sociedad se ha hecho adictiva en los últimos veinte años.
Tales pruebas de control pasan a menudo en Africa, donde hasta el más humilde miembro de la tribu más perdida cuenta ya con teléfono móvil. Entonces las autoridades dicen que ha sido un elefante mosqueado de gigantescos colmillos, o las termitas, o cualquier otra exótica excusa para calmar a una población que debe volver al tam-tam para comunicarse.
Pero lo de Formentera es magnífico. Una isla conocida internacionalmente, en plena temporada turística, llevada por la histeria. Algunos comerciantes se quejan de que han vuelto a la prehistoria, pero se equivocan: sólo han retrocedido una década. Además, los nativos isleños están acostumbrados a estar aislados, pues todos los inviernos la naturaleza les fuerza a estar unas semanas sin poder salir de la isla.
El control es la clave. Hoy en día puede dejarse en un momento a cualquier área de cualquier punto planetario sin red. Lo hicieron con Gadafi, pero como seguía defendiéndose tuvieron que bombardearle. Pero en el mundo occidental las consecuencias son imprevisibles, y por eso se hacen experimentos como el de Formentera, un lugar ideal para quedarse sin cobertura, sin acceso a Facebook o Twitter, dedicarse al dolce far niente, esmerarse en la conversación en una mesa sin los abominables sms de rigor, bañarse en la mar y trabar mejor contacto con los indígenas, que si bien son fieros, también son tolerantes: No en vano la isla fue durante siglos La Tortuga mediterránea, base de los más fieros piratas berberiscos. Ideal para un experimento.

viernes, 2 de agosto de 2013


RONDA LUNATICA

 

Ayer por la noche, en Ibiza, mientras paseaba por la pecaminosa sa Penya siguiendo la estela de una luna bandolera, se me acercó una especie de fantasma mendigando una invitación a un trago: “Un camello puede estar dos meses sin beber, pero ¿quién quiere ser un camello?”. Como siempre he pensado que hay que dar de beber al sediento y la vida da para muchas rondas, saqué unos euros para ayudar al compañero alcohólico en estos tiempos abstemios.

 Pero algo me espantó hasta el punto de helar mi sangre en las venas. El espectro brindaba con una especie de cartón de leche, y mi simpatía dio paso a la cólera. ¡Es aberrante ver a un borrachín bebiendo a morro de un tetabrik! De esa vulgar forma se pierde por completo la dignidad que otorga la botella. Abronqué al pobre diablo y exigí que cambiara cartón por frasco. El borracho, acongojado, me contestó que nunca pensó que caería tan bajo, pero que de ahora en adelante, aunque el vino pueda considerarse como la leche de los viejos, procuraría salir del hoyo del tetabrik y comenzaría a mamar de la teta cósmica que es el buen alcohol, no en vano una preciosa palabra de origen árabe que quiere decir El Espíritu Sanador Eternamente Jubiloso.

Con tan buenos propósitos el bebedor, que también era católico, se puso a brindar por el Papa Francisco, brindis al que me sumé con mucho gusto y rocambolescas reflexiones. ¡Y pensar que el jesuita argentino se metió a cura por el rechazo de una mujer! Personalmente he sufrido numerosos hachazos, pero ni la celda solitaria ni la senda eclesiástica me parecieron nunca una alternativa a los desengaños del corazón. Los caminos del Señor son inescrutables.

Entonces recordé a otro Papa hispano, Alejandro VI. Relaté a mi espontáneo compañero de parranda cómo el Borgia resolvió una disputa entre dominicos y franciscanos. Ni Salomón hubiera estado tan genial… Alejandro VI hizo traerse el motivo de la disputa teologal: el chocolate. Mandó que le sirvieran una taza para poder decidir. Y su sentencia fue gloriosa: “Algo tan bueno no puede ser obra del demonio”. ¡Ah, la sabiduría vital del hedonista!

Con nuestras risas asomó una flor envenenada a la ventana de una casa decrépita. Su melena rizada y rubia refulgía en medio de la noche y tenía algo de pan dorado que recordaba a la incestuosa Lucrecia y, cuando giró sobre sí misma, pude admirar a la Venus Calipigia.

Siempre hay sorpresas para quien sale de ronda.