DEL TRAVELLER AL HOOLIGAN
Ahora que ese aspirante a Churchill que es David Cameron nos
manda a la Royal Navy a Gibraltar, podría ordenar a su flota que siguiera hasta
las Islas Baleares para una leva de hooligans. Pero no caerá esa breva. La
pérfida Albión sigue siendo un país feudal, con un sistema más clasista que las
castas hindúes. Y los intocables son los slobs que envían sus turoperadores a
algunos municipios vendidos a la libra. Las salvajadas que practican en Magaluf
o San Antonio de Portmany no son toleradas en Gran Bretaña. Por eso sus chicos
necesitan de un bárbaro parque temático más allá de las fronteras inglesas,
para que luego regresen calmaditos y dispuestos a trabajar ordenadamente en sus
barrios proletarios, sin ganas de leer a D.H. Lawrence.
Siempre hubo un aire romántico—travellers in romance—entre
los viajeros ingleses. El Grand Tour fue una moda iniciada por los mejores
outsiders del sistema. Beckford, Byron, Chesterfield, Leighton…pasearon por
Europa y amaron España. Excéntricos y elegantes, dieron la imagen legendaria de
una élite inglesa. En el siglo XX tomaron el relevo escritores como Robert
Graves, Somerset Maugham y su sobrino Robin, actores como Laurence Olivier y Erroll
Flynn, el esteta Harold Acton o el diplomático Harold Nicholson. Una copa en
Sandy´s, Santa Eulalia, una barra ilustre que hubiera disfrutado Enric
González, era una aventura dipsómana rezumante de la buena chispa británica.
Que todavía queda, of course.
Pero en los setenta llegaron todos los demás.
Actualmente el turista inglés es temido como las hordas de
Atila. Algunos empresarios y políticos son conscientes que traerlos al paraíso
balear es como dar margaritas a los cerdos (y sueñan con una reconversión
turística). Acuden una semana en régimen todo incluido, ahorran setenta euros
para pagar la entrada en una macrodiscoteca después de aguantar una cola
miserable, experimentan con drogas de diseño que contienen anestesia de caballo,
practican el balconing suicida e inventan nuevas formas de emborracharse.
Si hace unos años pusieron de moda el oxy-shot (aspirar
alcohol por un tubito), este verano causa furor el Tampvodka. Aunque parezca
increíble, consiste en mojar un tampax con vodka y luego utilizarlo como mejor
convenga. El resultado suele ser una cogorza instantánea y un lavado de bajos
de lo más efectivo. “What a waste of vodka, but at least the cunt is clean”, me
comenta un amigo inglés que desprecia a sus compatriotas turísticos como el
brahman al intocable.
Sin embargo los empresarios discotequeros están encantados.
Les han salvado el negocio. El inglés es el mejor clubber y máximo adorador de
la cultura electrónica (eso que en Valencia llamaban la ruta del bakalao). Han
entronizado al pinchadiscos y su idea del glamour es aguantar hacinados una
sesión de ocho horas a ritmo insoportable, mientras se hacen fotos que luego
colgarán en Facebook diciendo que estaban al lado de alguna celebrity. Poor
devils!
Porque además de slobs, también están los snobs (sine nobilitate). Para ellos
se han creado en Ibiza y Mallorca numerosos beach-clubs, donde se come
espantosamente (a precio de Alain Ducasse), y las camas balinesas se conceden
según se pida Cristal o Möet. Sirven copas con medidas inglesas (lo cual es una
aberración para el turista hispano, que tampoco se parece siempre a Garcilaso
de la Vega). Pero es la moda que apasiona al nuevo rico, o al que pretende
parecerlo, mientras dura su semana de vacaciones en la que gasta los ahorros de
todo el año.
Los ingleses que no son slobs ni snobs saben moverse de otra
forma. Buenos bebedores, no hacen aspavientos cuando pierden una partida de
backgammon con el cube a 64. A veces se empeñan en hacer visitas culturales a
las cinco de la tarde. Siguen siendo excéntricos y mantienen la famosa flema y
sense of humour.
Ahora bien, si la Navy hiciera esa leva hooligan,
desembarcándoles luego en Gibraltar, a los llanitos se les iba a atragantar su
pasión británica y pronto no quedaría un mono en el Peñón.
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