RONDA
LUNATICA
Ayer
por la noche, en Ibiza, mientras paseaba por la pecaminosa sa Penya siguiendo la estela
de una luna bandolera, se me acercó una especie de fantasma mendigando una
invitación a un trago: “Un camello puede estar dos meses sin beber, pero ¿quién
quiere ser un camello?”. Como siempre he pensado que hay que dar de beber al
sediento y la vida da para muchas rondas, saqué unos euros para ayudar al
compañero alcohólico en estos tiempos abstemios.
Pero algo me espantó hasta el punto de helar
mi sangre en las venas. El espectro brindaba con una especie de cartón de
leche, y mi simpatía dio paso a la cólera. ¡Es aberrante ver a un borrachín
bebiendo a morro de un tetabrik! De esa vulgar forma se pierde por completo la
dignidad que otorga la botella. Abronqué al pobre diablo y exigí que cambiara cartón
por frasco. El borracho, acongojado, me contestó que nunca pensó que caería tan
bajo, pero que de ahora en adelante, aunque el vino pueda considerarse como la
leche de los viejos, procuraría salir del hoyo del tetabrik y comenzaría a
mamar de la teta cósmica que es el buen alcohol, no en vano una preciosa
palabra de origen árabe que quiere decir El Espíritu Sanador Eternamente Jubiloso.
Con
tan buenos propósitos el bebedor, que también era católico, se puso a brindar
por el Papa Francisco, brindis al que me sumé con mucho gusto y rocambolescas
reflexiones. ¡Y pensar que el jesuita argentino se metió a cura por el rechazo
de una mujer! Personalmente he sufrido numerosos hachazos, pero ni la celda
solitaria ni la senda eclesiástica me parecieron nunca una alternativa a los
desengaños del corazón. Los caminos del Señor son inescrutables.
Entonces
recordé a otro Papa hispano, Alejandro VI. Relaté a mi espontáneo compañero de parranda cómo
el Borgia resolvió una disputa entre dominicos y franciscanos. Ni Salomón
hubiera estado tan genial… Alejandro VI hizo traerse el motivo de la disputa
teologal: el chocolate. Mandó que le sirvieran una taza para poder decidir. Y
su sentencia fue gloriosa: “Algo tan bueno no puede ser obra del demonio”. ¡Ah,
la sabiduría vital del hedonista!
Con
nuestras risas asomó una flor envenenada a la ventana de una casa decrépita. Su melena rizada y rubia
refulgía en medio de la noche y tenía algo de pan dorado que recordaba a la incestuosa
Lucrecia y, cuando giró sobre sí misma, pude admirar a la Venus Calipigia.
Siempre hay sorpresas para quien sale de ronda.
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