LA GUERRA DEL VODKA
Hay una nueva guerra fría marchando en este tórrido verano.
El lobby gay norteamericano ha logrado contagiar a Europa el boicot al vodka
ruso. Se trata de una global protesta homosexual contra Vladimir Putin, quien
ostenta hoy un poder mayor que cualquier zar de antaño.
El boicot se inició en
USA y Canadá (los productores de vodka yanqui se frotan las manos) y lo
continúa el 51 estado de la unión americana, Inglaterra, de la mano de Jeremy
Joseph, quien cuenta con cuatro bares en esa Sodoma londinense que es el Soho.
Amenazan incluso torpedear los Juegos Olímpicos de invierno, que tendrán lugar
el año que viene en la localidad rusa de Sochi.
El jefazo de Stolichnaya, Val Mendeleev, ya se ha apresurado
a comunicar que su vodka siempre ha estado a favor de los homosexuales (!!).
Pero, ¿qué culpa tiene la vodka, que es una bebida pansexual (aquí podemos
utilizar el término de Sánchez Dragó, aunque el heterodoxo escritor sólo beba
vino), pues armoniza bien con cualquier cosa y es gramaticalmente hermafrodita,
con la política de Putin? Semejante protesta recuerda a los delirios tribales
de los pulgarcitos catalanistas y las reacciones nacionales contra el cava.
Si esto sigue así será
imposible atreverse a entrar en ningún bar gay y pedir un Moscow Mule. La alternativa al
vodka ruso—exceptuando Polonia—deja mucho que desear. Como es la bebida
favorita de campesinos y top models, los franceses se han inventado un vodka
ridículamente caro que se destila de la uva, con lo cual tiene más de grapa o
pisco que de otra cosa.
Hay medidas ciertamente absurdas, pero a los rusos siempre
les acompaña la locura. En Mallorca expulsaron a Natacha Rambova. Daba igual
que fuera la viuda de Rodolfo Valentino y estuviera casada con el marino Álvaro
Urzaiz. Su origen ruso la hacía sospechosa de comunista durante el franquismo.
El monje y chamán Rasputín (chamán es un término que procede de los tunguses
siberianos) debía su colosal fortaleza al vodka y al medio litro de aceite que
trasegaba antes de aceptar ninguna invitación. Félix Yusúpov, que también sabía
beber lo suyo, tuvo que recurrir al veneno, disparos y ahogamiento en el Neva
para cargárselo. La terrible consecuencia que el príncipe de famosos ojos
azules nunca imaginó: la llegada del abstemio Lenin al poder.
Los papagayos de las cancillerías barajan si podrá el lobby
gay derribar al inquilino del Kremlin. Rusia blanca, Rusia roja… ¡y pronto una
Rusia rosa!
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