Siento asombro al ojear una revista que pretende versar sobre
el lujo (ni lo rozan) cuando veo una fotografía de Salvador Dalí. El genio—debidamente
nombrado— está charlando con otro gran escritor, Josep Pla, que sonríe
astutamente ante alguna boutade de su amigo de Figueras, pero en la revista ni
siquiera mencionan su nombre.
En la antigua España el sol achicharra la memoria
despeñándonos en el yoga ibérico que es la siesta y tal vez por eso hay tanto
periodista sin cultura y tanto ignorante con ínfulas como
Artur-el-Mas-hortera-todavía, que seguro que lee la revista de lujo con
fruición. Tanto Dalí como Pla despreciaban a esta nueva clase de patanes que
quieren volver amarga la dulce Cataluña.
Por eso alegra que los príncipes de Asturias celebren los
quinientos años del desembarco de Ponce de León en la Florida, que evoquen las
caminatas chamánicas de Alvar Núñez Cabeza de Vaca y el terrible sino de
Pánfilo de Narváez. Naufragios y comentarios sobre una gesta formidable, cruel
y sensual, en busca de la fuente de la eterna juventud, que si Cervantes
escribió la historia del caballero de la triste figura no fue por burlarse de
ciertas novelas, sino para retratar un siglo XVI rezumante de soñadores y locos
de espíritu indomable.
Es curioso que para ayudarnos a recobrar la memoria hayan
brotado los hispanistas, una panda de eruditos mayoritariamente anglosajones,
absolutamente hechizados por las colosales hazañas de un pueblo que no da
importancia a su historia. ¡Qué no hubiera hecho Inglaterra, y qué decir de
Francia, si hubieran realizado la gesta española en el Nuevo Mundo! Pero en
nuestras escuelas apenas se les menciona y los monumentos y esculturas son
inexistentes.
Divago de tal manera en el bar del Do&Co, en Viena,
mientras bebo una jarra de Bloody Mary doble de todo menos de zumo de tomate y
fumo un Ramón Allones que contagia magia cubana a la catedral de San Esteban.
Hay que venir a Viena, aunque solo sea por el placer de poder fumar en el bar, que también es fuente de juventud.
Aquí hay tolerancia casi otomana y aquí desembocó gran parte del río de oro de
las Américas. Me lo recuerda un bebedor sefardita, curioso por mi escritura
matutina, con el que trabo conversación. Echamos a los judíos de España en el
momento que más necesitábamos a los banqueros. La consecuencia fue que grandes
riquezas vinieron directamente al norte.
Pero el mayor tesoro, y ese permanece vibrante, ha sido el mestizaje.
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