LADRONAS
DE CAMAS
Me
han robado la cama. Literalmente. Una cama con historia que ha salido volando
por el capricho venéreo de una dama celosa y despechada cuya venganza ante la
gloriosa libertad del zángano hedonista es atroz.
A
mi tío Amaro le pasó lo mismo en una casa en cala Carbó, con
espléndidas vistas al Vedrá; su dormitorio de 300 m2 decorado con
reminiscencias de las mil y una noches era un fastuoso picadero donde trotaron
las mejores hembras del Mare Nostrum.
Hasta
que una noche, aprovechando la calma que precede a las tormentas emocionales,
unas bandidas forzaron la entrada y no se llevaron los dineros, ni la vajilla
de oro con el escudo de Lavern, ni los incunables de la librería, ni siquiera
alguno de los luminosos cuadros de Anglada Camarasa o Mercedes Gómez-Pablos…,
¡no, nada de eso! Solamente se llevaron
el mitológico catre de mi tío Amaro, el cual, como buen fetichista, se llevó un
soberano disgusto teñido de jacarandoso orgullo.
Quién
sabe qué misteriosos aquelarres u orgías realizarían en semejante cama esas
misteriosas bandidas que entraron a la luz de la luna menguante, cuando los
engaños y las burlas son más propicias y el maullido de las gatas se escucha
con mayor insistencia.
Porque
no debemos olvidar, en estos tiempos dominados por los burrócratas cagaprisas y
bolas tristes sin imaginación, que los placeres de la cama se entretienen a sí
mismos como las volutas de humo sagrado de un habano encendido. No debe existir
nada más fuera de ella, es el omphalos universal, el ombligo del mundo, y
teléfonos y televisiones deben estar desterrados de su alcance son pena de ser
malditamente congelados en el éxtasis amoroso.
La cama es un altar elevado a Venus donde nos
fundimos con las fuerzas primigenias del cosmos. Los amores tántricos de la India que los talibanes
monoteístas quieren prohibir son una expresión del poder de la cama-kama,
nombre hindú de una de las divinidades del amor. Puede ser una gozada ser
politeísta y adorar a los diferentes dioses de nuestro estado de ánimo. Los
griegos y los hindúes estaban más cerca por la cama que por las filosofías.
El
poeta enamorado de las sirenas, Gerard de Nerval, sí sabía del poder de la cama.
Estuvo incluso buscando aquella en que la mítica reina de Saba disfrutaba de
los gozos prohibidos junto al misterioso Adoniram.
Florence
Delay describe su dulce tormento en su espléndido libro Llamado Nerval: “Un
poeta muy conocido en la
Bohemia de entonces, por sus amores gatunos y de Opera
Cómica, superando con la imaginación todas las fases intermedias, vio su deseo
cumplido y se puso a buscar por todas las almonedas una cama magnífica y digna
de aquellos amores imaginarios. Encontró una de época renacentista, con…la
salamandra de Francisco I, que hizo restaurar con gran dispendio y colocar
sobre un estrado. Esa cama, en madera de roble, era donde dormía Marguerite de
Valois, en 1519, en el castillo de Tours”.
Balzac
también comenta en La Comedia Humana
la delirante anécdota: “Me hablaron de un poeta que, habiéndose vuelto casi
loco de amor por una corista, adquirió, en los inicios de su pasión, la cama
más hermosa de París, sin saber el desenlace que la actriz reservaba a su
pasión”.
Personalmente
estoy seguro de que Nerval consiguió su objetivo de fundirse en el amor. La
reina de Saba se reencarnó en una opera de Meyerbeer en cuyo libreto trabajaba
el poeta: Mon front est rouge encore du baiser de la reine.
La
cama es la mejor máquina del tiempo porque lo burla placenteramente.
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