La obra de José Mallorquí vuelve a estar de actualidad.
Ciertamente los escolares debieran leer las aventuras de El Coyote antes que a
esos enemigos de la vida que son Sartre y Camus, magníficos literatos, pero no
para leer obligatoriamente cuando se tienen quince años.
Semeja que en las escuelas mandan leer determinados títulos
para que los alumnos no tengan ganas de volver a abrir un libro en su vida. O
para que se marchite su joven corazón. Si se dejaran acompañar por don César de
Echagüe, el conde de Montecristo, el chevalier Lagardere, el miserable Jean
Valjean, la gitana Esmeralda, Tremal Naik, la Pimpinela Escarlata, el marqués
de Bradomín, Alí Baba, Porthos du
Vallon, los hidalgos de Monforte, la dama de Pique, Aliosha Karamazov, Pierre
Beztukov, Allan Quatermain, el señor de Bearn, Sherezade, Ayesha, Winnentou,
los argonautas, la manzana de Afrodita…; si se dejaran maravillar por nuestra
historia marinera y corsaria, los amores de Hernán Cortés con la dulce Malinche,
las andanzas del chamán Alvar Núñez Cabeza de Vaca, el valor de Blas de Lezo,
el alquimista Ramón Llull, la nariz de Cleopatra, el honor bandolero de don
Juan de Serrallonga, las memorias hedonistas de Casanova, los recuerdos
fascinantes de Benvenuto Cellini… ¡Qué pronto les entraría entonces el dulce
veneno de la lectura! Pero hay una conjura de los necios que pretende mantener
a la masa ignorante, con el listón del más bajo común denominador, para que se
crean los mítines políticos y las tertulias de los mercenarios del poder, para
que se depriman si se atreven a ver un telediario y sean esclavos del opio
futbolístico.
Tengo amigos en casa que en vez de leer novelas prefieren las
viñetas de un cómic. Entonces es el turno de Tintín, el Capitán Trueno, el
Jabato, el Hombre Enmascarado, el Guerrero del Antifaz, Obelix, Corto Maltés…
En todas estas obras se mantienen unos valores nobles, un
furioso individualismo y una cierta actitud poética ante la vida. Son una
salvaguarda espiritual y una plataforma a nuevos horizontes literarios. Y
ayudan a mantener la alegría, esa rara cualidad que, para el pirata pictórico
Vivant Denon, era obligatoria en un hombre de Las Luces.
Y si los profesores (si es que no son comunistas de dacha y
chacha o fascistas catalanistas) quieren que sus alumnos abran los ojos ante el
totalitarismo, que manden leer Rebelión en la Granja. Así los estudiantes
sabrán que todos somos iguales, pero que hay unos más iguales que otros…
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