jueves, 22 de mayo de 2014


STRIPTEASE  ESCALOFRIANTE

El hallazgo de un mortero de la Guerra Civil en un jardín de Menorca me recuerda a una historia de un tío abuelo, marino y coleccionista de armas, que tenía una bomba de la Grande Armée de Napoleón junto a la chimenea de su casa. La bomba terminó por estallar y a al tío le llamaban en familia la última víctima de la Guerra de Independencia. El susto le animó a casarse, ya cumplidos los setenta.

Durante la lucha contra Napoleón y su hermano, Pepe Botella, cuando Castaños derrotó en Bailén al ejército de Dupont (“Monsieur, os entrego esta espada que ha ganado más de cien batallas”. “Pues yo es la primera que gano.”, dialogaron ambos generales), España deseaba a un rey que resultó nefasto después de ser prisionero de Talleyrand, un cínico genial (“La traición es una simple cuestión de fechas”, decía a sus queridas) que también jugó con  la Revolución, el Terror, Bonaparte y Luis XVIII.

España hoy tiene un gran rey—salvo para puritanos y freewillys su balance es abrumadoramente positivo—y unos políticos nefastos. Los debates muestran una gente terriblemente mediocre, incapaz siquiera de adornarse con la picardía que se presume a los bandoleros. No van más allá de mostrar las estadísticas que pueden beneficiarles. Pero ya Winston Churchill decía que las estadísticas son como un bikini: Muestran datos interesantes, pero esconden lo realmente importante.

Nuestros políticos desnudan sus carencias cada vez que se salen de un mitin. Pero es un striptease escalofriante. Parecen marcianos que nada tienen que ver con la sociedad que representan. Y lo terrible es que cada vez son más. Por eso mismo, tal y como decía el Marx bueno (Groucho), deben buscar problemas, encontrarlos, emitir diagnósticos falsos y aplicar soluciones equivocadas.

Uno que también se desnuda es Albert Rivera. Pero lo hace inteligentemente. Muchos populares y socialistas directamente querrían encerrarle en el castillo de Bellver, como a Jovellanos, pero Rivera se resiste y va ganando votos porque habla valiente y con sentido común. Dicen que lo suyo es una utopía, pero ya es la tercera fuerza de Cataluña. Es el único que crea ilusión y amarga el sueño de Rosa Díez, quien se negó a pactar con él por no considerarle serio. Gravísimo error de la perseguidora de Mingote. El ego, ese pequeño argentino que todos llevamos dentro, impidió a Díez asociarse con alguien que la haría sombra. Hoy serían la alternativa al bipartidismo paquidérmico.

 

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