STRIPTEASE ESCALOFRIANTE
El hallazgo de un mortero de la Guerra Civil en un jardín de
Menorca me recuerda a una historia de un tío abuelo, marino y coleccionista de
armas, que tenía una bomba de la Grande Armée de Napoleón junto a la chimenea
de su casa. La bomba terminó por estallar y a al tío le llamaban en familia la
última víctima de la Guerra de Independencia. El susto le animó a casarse, ya
cumplidos los setenta.
Durante la lucha contra Napoleón y su hermano, Pepe Botella,
cuando Castaños derrotó en Bailén al ejército de Dupont (“Monsieur, os entrego
esta espada que ha ganado más de cien batallas”. “Pues yo es la primera que
gano.”, dialogaron ambos generales), España deseaba a un rey que resultó
nefasto después de ser prisionero de Talleyrand, un cínico genial (“La traición
es una simple cuestión de fechas”, decía a sus queridas) que también jugó
con la Revolución, el Terror, Bonaparte
y Luis XVIII.
España hoy tiene un gran rey—salvo para puritanos y
freewillys su balance es abrumadoramente positivo—y unos políticos nefastos.
Los debates muestran una gente terriblemente mediocre, incapaz siquiera de adornarse
con la picardía que se presume a los bandoleros. No van más allá de mostrar las
estadísticas que pueden beneficiarles. Pero ya Winston Churchill decía que las
estadísticas son como un bikini: Muestran datos interesantes, pero esconden lo
realmente importante.
Nuestros políticos desnudan sus carencias cada vez que se
salen de un mitin. Pero es un striptease escalofriante. Parecen marcianos que
nada tienen que ver con la sociedad que representan. Y lo terrible es que cada
vez son más. Por eso mismo, tal y como decía el Marx bueno (Groucho), deben
buscar problemas, encontrarlos, emitir diagnósticos falsos y aplicar soluciones
equivocadas.
Uno que también se desnuda es Albert Rivera. Pero lo hace
inteligentemente. Muchos populares y socialistas directamente querrían
encerrarle en el castillo de Bellver, como a Jovellanos, pero Rivera se resiste
y va ganando votos porque habla valiente y con sentido común. Dicen que lo suyo
es una utopía, pero ya es la tercera fuerza de Cataluña. Es el único que crea
ilusión y amarga el sueño de Rosa Díez, quien se negó a pactar con él por no
considerarle serio. Gravísimo error de la perseguidora de Mingote. El ego, ese
pequeño argentino que todos llevamos dentro, impidió a Díez asociarse con
alguien que la haría sombra. Hoy serían la alternativa al bipartidismo
paquidérmico.
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