AMOR
Y MUERTE ENTRE BALCONES
Este
verano estamos superando el récord de escaladores de balcones estrellados
contra la dura realidad. Y como ya no existe la intimidad, su vuelo nocturno (lo llaman balconing) es
grabado en video y se despeñan en el ciberespacio.
Tal
publicidad ha impulsado a los hoteleros a plantearse quitar los balcones o
subir las barandillas. Pero ni aún así podrán detener la adicción al vértigo
que supone escalar la fachada de un hotel-colmena para colarse en la
habitación de una coqueta.
¿Tienen
premio los que consiguen coronar el balcón deseado? ¿O repelen orgullosamente a
quien les retó a tan peligrosa empresa? En ese caso serían como el héroe de la
balada El Guante, de Schiller, donde un caballero enamorado es alentado por una
coqueta, delante de la corte del rey Franz, a bajar al patio de arena donde
rugían un tigre y un león hambrientos: “Si vuestro amor es tan grande como
juráis, el peligro no impedirá que bajéis por mi guante”. El caballero bajó,
recogió la seda caída entre las fieras, y subió la escala sano y salvo jaleado
por una salva de aplausos. Cuando la dama se acercó radiante a su encuentro,
dispuesta a premiarle con un beso, él le arrojó el guante al rostro, diciendo: “No
hay de qué, señora”.
Hernán
Cortés también fue un gran saltarín de balcones, y se rompió una pierna en
Santiago de Cuba por seguir el íntimo aroma de cohíba de una hermosa antillana.
El capitán extremeño, tanto o más orgulloso que el caballero nórdico, no
hubiera arrojado jamás el guante a la dama. Como buen estratega, habría aprovechado
las circunstancias favorables de una plaza rendida y luego hubiera regresado al
regazo de Malinche, la verdadera clave de la conquista mejicana.
Bernal Díaz del Castillo escribió que las
indias estaban encantadas con los soldados españoles porque tras hacerse el
amor, dormían abrazados a ellas, todo lo contrarío que los aztecas, que las
repudiaban machistamente tras satisfacer la cópula con lluvia de Tlaloc. ¡Esa
sí que sería una buena ópera y no la leyenda negra patrocinada con
dinero español en Edimburgo!
Lord
Byron también saltó entre balcones mientras estuvo cortejando a las ardientes
gaditanas. Luego, en Venecia, nadaba por los canales, en busca de condesas y panaderas,
y cantaba a la noche asustando a los gondoleros, que rezaban: Inglesi italianizatto,
diavolo incarnato.
Milord se despeñó en Grecia cuando en vez del
placer buscaba la gloria, pero eso es otra historia.
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