ARTE DE CONVERSAR
Cada vez que algún indiscreto y curioso extraño me hace
preguntas directas a bocajarro, respondo como el pintor Antonio Villanueva:
¿Eres de la policía?
La gente se ha olvidado de mantener o iniciar una
conversación sin recurrir a un absurdo cuestionario. Ayer mismo, cuando un
espía—en esta zona caliente donde nado hay tantos como moscas—me preguntó si había venido
por negocios o vacaciones, respondí que yo solo me muevo por placer. A otro le
dije que había venido a jugar al golf. Como aquí no hay campos de golf, se
quedó muy extrañado y no pudo resistir hacer la observación pertinente.
Entonces le dije que por eso mismo estaba aquí. Surrealismo continuo para
despistar a los cotillas.
Cuando un camarero en un restaurante pregunta si he venido a
cenar, entonces digo que no, que he venido a jugar al tenis. Y cuando un maître
se atreve a pedir mi opinión sobre el rancho, entonces me regodeo y respondo a
lo Néstor Luján: Si la sopa hubiera estado tan caliente como el vino, el vino
hubiera sido tan viejo como el pollo, y la pechuga del pollo, tan abundante como
la de la camarera, entonces habría sido una cena memorable.
Es bueno responder con preguntas a otras preguntas. ¿Se
quedará mucho tiempo? Entonces, como quien no quiere la cosa, pregunto: ¿Ha
leído usted a Montaigne? La literatura siempre me presta ocasión de conocer
mejor a las personas. Una tierna viajera de ojos verdes—la belleza es la mejor
carta de presentación que existe—me preguntaba algo raro sobre mis preferencias
laborales apoyada en la barra de un bar: Entonces la pregunté si leía a Anais
Nin. Sus ojos se iluminaron. Bien, me dije, ésta es entonces una viajera
sensual. No me atreví a preguntarla si leía a Gertrude Stein, gorda oronda,
mecenas del joven Picasso e ícono lésbico, pues mis esperanzas se hubiera
diluido.
Y hablando de lectura. Estoy leyendo La diplomacia del
ingenio, de Marc Fumaroli; La lámpara maravillosa, de Valle Inclán; poesías de
Vicente Valero (me he perdido el concierto de Rafael Cavestany en Madrid
poniendo música a sus versos, pero brindo por ellos); El coloso de Marussi, de
Henry Miller; diversos cuentos de Karen Blixen; una selección de luminosos y
cálidos escritos de Ortega y Gasset; el Viaje a Java, de Harold Nicholson y
otras muchas obras que intercambio con otros viajeros que saben cómo mantener
una buena conversación sin necesidad de preguntas absurdas.
La
literatura da mundo.
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