EL
ARTE DE VIAJAR
Patrick
Leigh Fermor (Paddy) pertenecía a la mejor clase de viajeros que huía de
Inglaterra: literatos y hedonistas, con esa maravillosa educación que ningún
college ofrece, adquirida con aventuras y lecturas quijotescas que seducen en noches
estrelladas a la luz de un buen fuego mientras unos pastores entonan canciones
antiguas.
Los
turistas con su pensamiento único, cultura de revista y esclavitud de
turoperador ni siquiera imaginan las odiseas modernas de Paddy, quien sabía bien
que el bolsillo es irrelevante para el auténtico viajero que sabe gustar las
sábanas de seda de un palazzo napolitano después de haber probado las finas
arenas del desierto.
Buen
conocedor del vudú y la antropofagia, Paddy se atrevió también a escribir una
carta sobre el canibalismo de los feroces caribes, los cuales devoraban a los
machos mientras hacían prisioneras a sus mujeres para dar sangre nueva a la
raza. Por lo visto la carne más codiciada era la de los galos, tierna y
sabrosa. Después venían los ingleses (¿una muestra de patriotismo coñón?: La
dieta británica es insulsa). Los españoles eran considerados demasiado cartilaginosos
y su carne dura en exceso para el afilado colmillo caribe. Y los holandeses era
el último plato por su falta de sabor, una carne demasiado aburrida de puritana
reminiscencia.
Leigh
Fermor seguía el consejo de Hemingway y frecuentaba escritores. Fue invitado
a Villa Mauresque, la casa de Somerset
Maugham en Antibes. Pero solo duró un día, pues se resistió al apetito del
autor de El filo de la Navaja
e incluso interrumpió su monólogo en la mesa. Compartían la admiración por
Walter Pater, pero no sus gustos eróticos. Así es que mientras Maugham bebía su
martini con unas gotas de absenta, despachó a Paddy con un “me temo que no
podrá quedarse”.
¿Estuvo
en Deia junto a Robert Graves o fue pastiche proustiano de Lorenzo Villalonga?
Probablemente charló con el autor de La Diosa Blanca , pero su amor por Lord Byron era tal
que Paddy (¡nadó el Helesponto a lo setenta!) decidió quedarse a vivir en
Grecia, siendo generoso con los que iban a visitarle, su mesa y vino siempre
prestos a fortalecer el cuerpo de los viajeros del Peloponeso.
¿Quedan
viajeros así? Durante el verano balear destacan como los cisnes en un estanque
de patos. Van a contracorriente, gustan de calas escondidas y saben insultar a las
moscas cojoneras de las motos acuáticas. Y siempre comparten su vino con los
que han bebido de la misma fuente.
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