Algunos medios, dentro y fuera de nuestras fronteras,
pretenden abatir al Rey. Ahora que le juzgan renqueante y achacoso, abren la
veda real y publican unos artículos que harían las delicias de cualquier
bolchevique. Así que basta ya del cuento de tanto gurú mediático anglocabrón
con esa gilipollez de que en España no hay libertad de prensa o de que la
figura real es tabú.
La figura de Don Juan Carlos sigue siendo muy querida y
respetada. Es curioso que lo que más le critiquen sean las aficiones
cinegéticas o amatorias, como si España se hubiera vuelto un país puritano
educado por Walt Disney. El filósofo abulense George Santayana sabía mucho de
esa hipocresía— creció con una millonaria familia bostoniana—y escribió algo
revelador: Un puritano nada tiene que ver con la pureza. (A mí me gusta alargar
tal reflexión y decir que un catalanista en nada recuerda a Cataluña.)
Grandes escritores como Foxá y Areilza se declaraban
monárquicos por estética. Una razón muy válida en estos tiempos dominados por
tantos políticos sin talla ni elegancia. El más grave problema que tenemos es
que durante la Transición a los partidos políticos se les dio carta blanca. Y
no han estado a la altura. El pueblo y las fuerzas armadas fueron especialmente
generosos. Los políticos—con algunas honrosas excepciones—se dedicaron más a
servirse que a servir. Consecuencia: Mataron a Montesquieu y hoy son las
principales mafias del Reino.
Contamos el doble de cargos públicos que Alemania siendo la
mitad de su población. Eso puede entenderse desde el “¡Felipe, colócanos a
todos!”. Los impuestos se han disparado mientras la secta política predica como
Cristo viviendo como Dios. A semejantes pícaros se les juzga desde hace años
como un problema en lugar de una solución. Tenemos diecisiete gobiernos cuyos dirigentes
operan como sátrapas. El café para todos ha resultado venenoso, especialmente
porque los grandes partidos nacionales han preferido pactar con nacionalistas
antes que entre ellos. ¿Podía haber parado semejante despropósito el Rey?
Al igual que su pueblo, también S.M. ha confiado demasiado en
algunos políticos. Pero su reinado mantiene un balance muy positivo de
concordia que supera al de cualquier burócrata. Su prestigio y relaciones personales forjadas en el tiempo—es una de
las ventajas de una monarquía frente a una república—han abierto numerosas
puertas a España. Es reconocido como un embajador formidable y practica la
política del gesto mejor que nadie.
Y sigue siendo el Rey.
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