martes, 16 de abril de 2013


 INSOMNIO EN PARÍS
 

Suena April in Paris. Escribo esta crónica en la terraza soleada de una buhardilla que se abre a la formidable Plaza de los Vosgos, en pleno corazón del Marais, concretamente en la rue de pas de Mule, por donde pasaban las mulas cuando monsieur Porthos du Vallon bebía jarras de borgoña y pellizcaba el culo prieto de las coquetas taberneras. Desde estas líneas gustosamente doy fe que el culo de las taberneras parisinas no ha cambiado nada en el intervalo de cuatro siglos que hay entre el bravo mosquetero y este vanidoso escritor.

No he dormido nada en toda la noche porque tenía cosas mejores que hacer y escribo con una botella de Pol Roger—el champagne favorito de Winston Churchill, un premier que nunca hubiera tolerado las totalitaristas leyes antitabaco—a punto de dar su último suspiro para mezclarse con las bocanadas espirales (lo bello es lo azul) que salen del Rey del Mundo que estoy fumando.

Afortunadamente la bodega está bien provista. Como el alcohol aguanta mejor que los huevos y los tomates, desisto de cualquier avituallamiento comestible más allá del camembert. Además, jamás he sabido cocinar y me gusta ir a las braseries donde saben distinguir al viajero hedonista del turista aborregado, donde te dejan fumar (si acarreas con la multa en el improbable caso de que surja un gendarme con malos humos, merece la pena jugársela) y no mutilan las fotos de Jaques Tati cambiando su pipa por un chupachups.

Victor Hugo vivía aquí al lado y brindo por la gitana Esmeralda que ronca suavemente como si cantase soñando en el desordenado dormitorio. Desde mi atalaya puedo apreciar que tiene una luna tatuada en su tobillo izquierdo. Es curioso que no me haya dado cuenta hasta ahora.

Anoche conocí a la reencarnación de Cleopatra bailando en Maxim´s. Es una mezcla de nibelunga y araucana nacida en Egipto. Dos hemisferios que convergen en el delta de Venus. Naturalmente me presenté como Marco Antonio y pude captar un destello sonriente en sus ojos atigrados. Fui abandonado como en la pasada batalla de Actium, pero confío que regrese porque no se puede ser alegre y vanidoso sin esperanza.
 
La gitana protesta en sus sueños. Habrá intuido mi adulterio imaginario. Dicen que es tan celosa que incluso acecha e interroga a los amantes dormidos por si suspiran otro nombre en el catre. Si semejante desliz sucede, ella les administra un bebedizo que los deja atontados y sin voluntad, como el famoso trago que las payesas ibicencas dan a los maridos que zanganean por faldas ajenas.

 Pero ahora ella duerme y yo escribo, aguijoneado por las finas burbujas del vino y el pesado aroma de los juegos prohibidos.  El alcohol es el mejor antídoto para conjurar las fiebres pantanosas…

 

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