martes, 9 de abril de 2013


NAUFRAGIO VENECIANO

 
He salido huyendo de Dubai y sus pepinos arquitectónicos. Foster, Nouvel, Calatrava, Rogers y demás ralea suplen su falta de imaginación con las viñetas de Flash Gordon y Gotham City,  montando en el desierto una especie de parque temático para los enemigos de la armonía y las sagradas proporciones. Si uno quiere nadar en una mar que no sepa a cal o esquivar las tormentas de arena (en realidad son de cemento) tiene que largarse al interesante sultanato de Omán.
¿Dónde podía recuperarme de tal paliza antiestética? Pues nada mejor que en Venecia, donde estuve cantando mariachis y napolitanas en piazza San Marco, acompañado generosamente por la orquesta moldava del Florian. Qué maravilla, qué cambio, uno se siente a gusto y pasea sin ahogarse con nubes de amianto, no hay que esperar a una cierta hora para tomarse un negroni y las venecianas hacen honor a su fama sensual.

Los Emiratos están bien para los adictos al trabajo (el negocio es la negación del ocio) y los modernos que ignoran que ser original quiere decir volver al origen. Eso es algo que no comprenden las rameras arquitectónicas que se venden a una supuesta modernidad.

Así que he peregrinado a refugiarme en la patria emocional de Byron, Casanova, Wagner, Corvo, Ruskin, Regnier…, buscando allá donde acaba la pendiente de los muslos esos cucuruchos untuosos que gustaba Paul Morand, donde se rinde culto a la diosa del mar y los mercaderes brindan por Marco Polo con bebidas un tanto empalagosas, a las que hay que agregar un chorrito de ginebra.
Es una buena forma de ir acercándome de nuevo a las divinas Baleares, antes que las delirantes prospecciones petrolíferas (¡a treinta millas de Ibiza!) amenacen teñirlas de negro. Los cochambrosos políticos no se dan cuenta que tal permiso es peor que un crimen, ¡es una estupidez!
Pero en Venecia piano, piano; o pole, pole, como dicen en swahili. El tiempo sonríe y como todavía no han llegado los cruceros con sus manadas de turistas y tiburones que siguen la estela de su basura, es un gozo pasear por un decorado de ensueño y brindar por malditos y cortesanas.
¿Cuánto tiempo durará esta maravilla? Dicen que cada año se hunde un poco más, como el culto a la belleza en el resto del mundo. Pero mientras emerja hay esperanza, que rige la ley del péndulo, tal y como me informa una divina fornarina que he encontrado en Harry´s Bar. Al quinto Martini (dos son pocos y tres demasiados, reza la regla) confiesa que escapa de su marido para que la oscilación pendular permita que siga amándole: Las diosas no pueden permitirse ser fieles porque su eternidad sería terriblemente aburrida.
Como el plebeyo totalitarismo aprisiona Europa con la prohibición de fumar en los bares, propongo a la divina fornarina una escapada conjunta.
 E il naufragar m´è dolce en questo mare.

 

 

 

 

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