martes, 7 de enero de 2014


EL ARTE DE VIAJAR

 


Patrick Leigh Fermor (Paddy) pertenecía a la mejor clase de viajeros que huía de Inglaterra: literatos y hedonistas, con esa maravillosa educación que ningún college ofrece, adquirida con aventuras y lecturas quijotescas que seducen en noches estrelladas a la luz de un buen fuego mientras unos pastores entonan canciones antiguas.

Los turistas con su pensamiento único, cultura de revista y esclavitud de turoperador ni siquiera imaginan las odiseas modernas de Paddy, quien sabía bien que el bolsillo es irrelevante para el auténtico viajero que sabe gustar las sábanas de seda de un palazzo napolitano después de haber probado las finas arenas del desierto.

Buen conocedor del vudú y la antropofagia, Paddy se atrevió también a escribir una carta sobre el canibalismo de los feroces caribes, los cuales devoraban a los machos mientras hacían prisioneras a sus mujeres para dar sangre nueva a la raza. Por lo visto la carne más codiciada era la de los galos, tierna y sabrosa. Después venían los ingleses (¿una muestra de patriotismo coñón?: La dieta británica es insulsa). Los españoles eran considerados demasiado cartilaginosos y su carne dura en exceso para el afilado colmillo caribe. Y los holandeses era el último plato por su falta de sabor, una carne demasiado aburrida de puritana reminiscencia.

Leigh Fermor seguía el consejo de Hemingway y frecuentaba escritores. Fue invitado a  Villa Mauresque, la casa de Somerset Maugham en Antibes. Pero solo duró un día, pues se resistió al apetito del autor de El filo de la Navaja e incluso interrumpió su monólogo en la mesa. Compartían la admiración por Walter Pater, pero no sus gustos eróticos. Así es que mientras Maugham bebía su martini con unas gotas de absenta, despachó a Paddy con un “me temo que no podrá quedarse”.

¿Estuvo en Deia junto a Robert Graves o fue pastiche proustiano de Lorenzo Villalonga? Probablemente charló con el autor de La Diosa Blanca, pero su amor por Lord Byron era tal que Paddy (¡nadó el Helesponto a lo setenta!) decidió quedarse a vivir en Grecia, siendo generoso con los que iban a visitarle, su mesa y vino siempre prestos a fortalecer el cuerpo de los viajeros del Peloponeso.

¿Quedan viajeros así? Durante el verano balear destacan como los cisnes en un estanque de patos. Van a contracorriente, gustan de calas escondidas y saben insultar a las moscas cojoneras de las motos acuáticas. Y siempre comparten su vino con los que han bebido de la misma fuente.

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