jueves, 30 de enero de 2014


ARTE DE CONVERSAR

Cada vez que algún indiscreto y curioso extraño me hace preguntas directas a bocajarro, respondo como el pintor Antonio Villanueva: ¿Eres de la policía?

La gente se ha olvidado de mantener o iniciar una conversación sin recurrir a un absurdo cuestionario. Ayer mismo, cuando un espía—en esta zona caliente donde nado hay tantos como moscas—me preguntó si había venido por negocios o vacaciones, respondí que yo solo me muevo por placer. A otro le dije que había venido a jugar al golf. Como aquí no hay campos de golf, se quedó muy extrañado y no pudo resistir hacer la observación pertinente. Entonces le dije que por eso mismo estaba aquí. Surrealismo continuo para despistar a los cotillas.

Cuando un camarero en un restaurante pregunta si he venido a cenar, entonces digo que no, que he venido a jugar al tenis. Y cuando un maître se atreve a pedir mi opinión sobre el rancho, entonces me regodeo y respondo a lo Néstor Luján: Si la sopa hubiera estado tan caliente como el vino, el vino hubiera sido tan viejo como el pollo, y la pechuga del pollo, tan abundante como la de la camarera, entonces habría sido una cena memorable.

Es bueno responder con preguntas a otras preguntas. ¿Se quedará mucho tiempo? Entonces, como quien no quiere la cosa, pregunto: ¿Ha leído usted a Montaigne? La literatura siempre me presta ocasión de conocer mejor a las personas. Una tierna viajera de ojos verdes—la belleza es la mejor carta de presentación que existe—me preguntaba algo raro sobre mis preferencias laborales apoyada en la barra de un bar: Entonces la pregunté si leía a Anais Nin. Sus ojos se iluminaron. Bien, me dije, ésta es entonces una viajera sensual. No me atreví a preguntarla si leía a Gertrude Stein, gorda oronda, mecenas del joven Picasso e ícono lésbico, pues mis esperanzas se hubiera diluido.

Y hablando de lectura. Estoy leyendo La diplomacia del ingenio, de Marc Fumaroli; La lámpara maravillosa, de Valle Inclán; poesías de Vicente Valero (me he perdido el concierto de Rafael Cavestany en Madrid poniendo música a sus versos, pero brindo por ellos); El coloso de Marussi, de Henry Miller; diversos cuentos de Karen Blixen; una selección de luminosos y cálidos escritos de Ortega y Gasset; el Viaje a Java, de Harold Nicholson y otras muchas obras que intercambio con otros viajeros que saben cómo mantener una buena conversación sin necesidad de preguntas absurdas.
 La literatura da mundo.  

 

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